El extraño viaje de Miguel Díaz-Canel (II)

Muchas gracias por su presentación. Hablando ya de teorías: una vez que Mijail Gorbachov anuncia la perestroika, que tenía como objetivo mejorar el sistema soviético, usted adelanta que es el fin de la URSS. ¿Por qué?

Yo, como los eurasistas de los años 20 y 30, que es cuando toman forma definitiva estas ideas, pienso que es necesario establecer una diferencia entre el concepto de Unión Soviética y el de civilización rusa. Nunca estuve a favor del Estado como civilización. La Rusia eurasiática es una forma de organización de muchos pueblos en un conjunto histórico y cultural.

Creía que había que salvar ese estatus de civilización, pero no como Estado tradicional, sino bajo la forma de imperio. Y, al mismo tiempo, tomar el factor social del concepto de la Unión.

Yo me oponía al capitalismo, al liberalismo, a la globalización, pues entiendo que son formas perversas y decadentes de civilización. Pero también me oponía al comunismo, debido a su interés materialista y su doctrina ateísta. No era solo yo. Muchos comunistas conservadores de los 80 y 90 compartían la misma visión. El socialismo era un factor positivo, como lo era también la organización orgánica, natural, precomunista, de la Unión Soviética. Y esa organización y esos valores sociales debían ser salvados, siempre y cuando, como decía, elimináramos el dogma materialista, ateo y progresista de la ideología soviética.

Tras la presidencia de Gorbachov, la situación del concepto de Rusia como Eurasia era crítica. Los liberales prooccidentales habían ganado y esta victoria no permitió a los comunistas conservadores salvar el Estado-civilización ruso. Por tanto, ante esta ventaja, los liberales prooccidentales se ocuparon de destruir el concepto tradicional de Unión Soviética, comenzando por su sistema social. Al mismo tiempo, empezaron a destruir Rusia.

Afortunadamente Putin ha salvado esa situación. Putin rechaza el liberalismo, y debemos ser conscientes de que el liberalismo mata los Estados soberanos identitarios. El liberalismo es el enemigo mortal de todas las soberanías y de todas las identidades, pues defiende un programa global centrado en el individuo y no en las comunidades. El liberalismo es el enemigo número uno de todos los que creen en la soberanía y la identidad.

Cuba se encuentra en un proceso de cambio de rumbo. El fin de la era Castro significa, se quiera o no, un cambio generacional y, por ende, otra manera de articular la ideología. ¿Habría paralelismos entre los años finales de la Unión Soviética y la Cuba de hoy?

Por supuesto, y me gustaría establecer un equivalente. Supongamos que Cuba, ahora mismo, está en los últimos años de la Unión Soviética bajo Gorbachov: tiene ante sí un gran dilema. De un lado la opción liberal, y del otro, lo que parece que puede llegar a suceder. Un rumbo que, sin entrar de lleno en el mundo capitalista, elimine del sistema, por falta de recursos o por ideología, el elemento socialista, la justicia social.

Sé que es una decisión compleja y su aplicación lo es aún más. Pero nosotros hemos pagado el precio, y a la larga se ve lo difícil que es restaurar una soberanía, una política de equidad social. Cuba no debería repetir el paso fatal de Gorbachov de destruir los mejores aspectos del socialismo. Como tampoco debería comprometer su soberanía.

El país comunista tradicional que hoy es Cuba puede convertirse en otro país con mejores expectativas de desarrollo económico, no necesariamente enfrentado a los Estados Unidos. Ambas naciones son mundos y culturas diferentes. Estados Unidos representa la civilización de América del Norte y Cuba pertenece a la civilización católica, latina, de herencia hispana. Esta diferencia hace que Cuba pueda jugar un papel muy importante en el despertar de una conciencia común, identitaria, en América Latina.

Esta debería ser la forma de la perestroika cubana: olvidar el materialismo marxista, dogmático, y centrarse en salvar su soberanía, preservar la justicia social y su identidad como nación.

China, por ejemplo, ha estudiado muy, pero muy bien, la experiencia soviética, con la intención de no repetir nuestros errores. Pienso que el modelo chino y el modelo de Putin, ambos multipolares, son claves para el futuro de Cuba. Como también lo son los modelos desarrollados a partir del populismo, que le permitirían al país no verse obligado a aceptar la verdad liberal de los Estados Unidos.

Los Estados Unidos, su filosofía, no son la solución: son el problema. Sería más conveniente para Cuba centrarse en un modelo de desarrollo propio y no entrar de lleno en el mundo problemático de los Estados Unidos.

Pero, ¿cuál podría ser ese modelo propio?

Cuba debe mantenerse independiente de los Estados Unidos, pero, al mismo tiempo, debe continuar eliminando cualquier concepto marxista de su identidad como nación. El marxismo es una doctrina que no se corresponde con ninguna verdad social válida, pues no deja de ser una forma de materialismo y de modernidad. Y la modernidad destruye las identidades tradicionales y el espíritu de los pueblos.

Si algo hay que salvar del proyecto actual cubano, son, como le he dicho, su soberanía, su identidad nacional, y sus aspiraciones de justicia social.

Sucede que el problema cubano, esencialmente, es que somos dos países. O al menos dos sociedades. Hay un país en la isla y otro en el exilio. Es una situación que ha durado más de sesenta años. Y en el exilio, la mayoría somos opositores del régimen comunista impuesto a la isla. ¿Cómo fundir, en un proyecto nacional único, esas dos realidades?

Creo que ambos escenarios representan visiones erróneas. Tanto la continuación dogmática del comunismo marxista como el cambio de rumbo hacia una política liberal.

Hay que empezar por unir al pueblo: los cubanos que viven en los Estados Unidos y los cubanos que viven en la isla. Y proponer una tercera solución: soberanía, una identidad particular que no coincida con el liberalismo occidental, y justicia social. Pienso que los cubanos están obligados a encontrar esa tercera solución para Cuba.

Make Cuba Great Again. Una Cuba neutral. Una Cuba a la cabeza de uno de los polos del mundo multipolar. Una Cuba latina. Una Cuba fusionada, cohesionada, volcada en un único proyecto nacional.

No creo que los cubanos que viven en la isla sean felices. Como tampoco son felices muchos cubanos que viven en los Estados Unidos. No lo creo. Creo, sí, que los latinoamericanos, y por ende los cubanos, usan las estructuras económicas de los Estados Unidos, pero culturalmente son muy diferente de los anglosajones. Los latinoamericanos son más comunitarios, más identitarios. Por tanto, esa visión de una nación identitaria puede ser apoyada, al menos, por una parte de la comunidad cubana en los Estados Unidos.

Pero para ello es muy importante no unir la base comunista con el sistema de justicia social y el concepto de identidad. Y al mismo tiempo hay que evitar aceptar acríticamente el sistema liberal de los Estados Unidos.

¿A qué país del mundo se parecería esa Cuba great again?

A China. Un país más o menos abierto económicamente, pero que al mismo tiempo conserva su identidad. A mi juicio, China es el mejor ejemplo para la Cuba actual.

Entonces, según usted, Cuba debería seguir reivindicando el nacionalismo.

Sí. Pero hay que evitar los caminos del nacionalismo occidentalista. Hay que superar el nacionalismo liberal, el nacionalismo xenófobo, el nacionalismo racista. Creo en el poder del pueblo y creo en la democracia; pero, como le decía, una democracia nacional, ni liberal ni dogmática.

He desarrollado mis ideas en La Cuarta Teoría Política. He intentado explicar por qué debemos superar los estados políticos propios de la modernidad: el liberalismo, el fascismo y el comunismo. Quizás esta Cuarta Teoría Política, como una forma pre o posmoderna de la estructura social, sirva para la configuración de esa Cuba futura.

Habrá por tanto que analizar y desarrollar una estrategia política en función de la unificación del pueblo cubano más allá de los fundamentos occidentalistas de la modernidad, sean liberales o comunistas.

Entiendo que la situación cubana es compleja, porque el país se encuentra realmente escindido, pero creo que la solución pasa por explorar formas nuevas de pensamiento político, pasando por encima de las ideologías propias del siglo pasado.

La tesis nacionalista que usted plantea conecta con los fundamentos del Partido Nacional-Bolchevique que fundó en 1993 junto a Eduard Limónov y Yegor Letov. ¿Alguna analogía aplicable a la Cuba de hoy?

Hoy, no creo que la idea de un nacionalismo bolchevique fuera muy buena, pero era una forma de decir que necesitábamos conservar la justicia social y unirla a la idea de la independencia, de la soberanía, de la identidad.

Ese movimiento se engloba actualmente bajo el nombre más específico de “populismo integral”. Ni derechas ni izquierdas: el populismo como la defensa de la identidad más la soberanía. Aspectos que pueden unir no solo a los cubanos que viven en la isla, sino también a los que viven en Estados Unidos y en otros países.

Pero, importante: Cuba también debe ser parte integral de la civilización de América Latina. Una civilización que debe reorganizarse en el gran espacio territorial que ocupa, con el objetivo de defender su identidad iberoamericana frente al resto de los pueblos del mundo. América Latina ha de ser por sí misma un polo independiente, capaz de garantizar su soberanía del resto de potencias.

Cuba, con su experiencia, debe ir a la vanguardia de América Latina, y, al mismo tiempo, encontrar su lugar en ella. La fórmula que elijan los cubanos, en mi opinión, no debe pasar por aceptar la injusticia social al estilo de los Estados Unidos, pero tampoco deben mantener por más tiempo conceptos marxistas en su ideario nacional. El marxismo es una forma errónea de comprender la naturaleza de la sociedad y los procesos de la historia.

Ese gran proyecto nacional que usted plantea choca con la realidad. Ahora mismo, Cuba es un país atrapado en una dictadura, controlado por una cúpula militar que sin dudas no está interesada en la reunificación nacional, ya que esto significaría su fin.

La dictadura que existe en Cuba no tiene que verse como algo negativo. Una dictadura militar siempre puede ser removida. Esa es una suerte para los cubanos.

En cambio, sería mucho peor para Cuba si tuviese que enfrentarse a formas más complejas de dictadura. El liberalismo, a pesar de funcionar en sistemas democráticos, es una de las formas más profundas y negativas de dictadura. Mucho más, incluso, que la dictadura que padece Cuba.

Y una dictadura tan visible como la cubana puede llegar a no ser tan mala. No estoy diciendo que sea buena. Digo que existe siempre una forma de derrocar una dictadura visible. Sin embargo, las dictaduras encubiertas, invisibles, como el liberalismo, se establecen a partir del gobierno dictatorial de los bancos y de las grandes entidades financieras. Ese tipo de dictadura penetra los corazones y la mente de las personas, las destruye por dentro.

Créame que la dictadura cubana, durante sesenta años, ha provocado el mismo efecto.

No lo dudo. Pero una dictadura como la que existe en Cuba, insisto, no siempre es una cosa negativa. Porque es frágil, porque es visible, porque es una dictadura militar y por tanto puede ser derrocada. Como también puede ser removido un poder centralizado sobre la ideología. Pero la forma de hacerlo es asunto de los cubanos, de su voluntad nacional, de su determinación a reunificarse como nación, en ambos lados de su espacio vital. En ese momento tendrá que desaparecer la dictadura comunista. Es inevitable.

Ahora, volviendo al punto final de la Unión Soviética: el fin del comunismo no debería significar el fin de la justicia social.

Desde su posición de asesor de geopolítica cercano al Kremlin, ¿a qué atribuye que el recién nombrado presidente cubano Miguel Díaz-Canel haya elegido a Rusia, Corea del Norte, China, Vietnam y Laos como destinos de su primera gira internacional?

Sinceramente, creo que para el gobierno actual la única salida es mantenerse dentro del contexto de las buenas relaciones con China, con Rusia, con Corea del Norte, con Vietnam y con los países árabes. También en órbita con países como Venezuela y Bolivia.

Ahora bien, esto no debería confundir al gobierno cubano con la idea de que esta correlación pasa por mantener el comunismo como sistema ideológico. Eso es un error. Pienso que Cuba está obligada a desarrollar un pensamiento nuevo, totalmente nuevo; un pensamiento que desarrolle el concepto nacional, el concepto de soberanía, el concepto de identidad.

Siguiendo el curso de aquellas visitas, creo que tal vez el nuevo presidente cubano quiere encontrar el puesto de Cuba en el contexto moderno. No lo tiene fácil, pues carece de independencia de mando y no puede tomar decisiones propias. Sin embargo, y es mi consejo, hay que abrirse a las ideas alternativas, a las ideas nuevas. Los países visitados por el presidente cubano representan diferentes modos de existencia en el mundo.

Pero no es solo Cuba. También Rusia y China están buscando una manera efectiva de salir de la hegemonía occidental. Ambas naciones insisten en la creación de un mundo multipolar, donde Cuba, sin dudas, puede mantenerse como un país soberano.

A mi juicio, son estos los vínculos que ahora mismo más interesan al presidente y al gobierno cubanos.

¿Cuál sería el papel de América Latina en ese mundo multipolar que usted imagina?

América Latina, como le comentaba, debe convertirse en un polo independiente de los otros: el norteamericano, el europeo, el euroasiático.

Sin embargo, América Latina carece de estrategia. 

Pensemos en el Brasil actual. Es un país grande y muy interesante. Pero al igual que América Latina, va sin rumbo. Bolsonaro es demasiado liberal. No es un populista, es un seudopopulista. Brasil, como América Latina, debe superar tanto a la derecha liberal como al marxismo cultural. Llegar a una síntesis.

¿No presenta la Rusia de Putin la paradoja de una ideología nacionalista que vive del usufructo de dos personajes tan disímiles como Nicolás Romanov y Stalin?

Bolsonaro no representa una alternativa válida. Bolsonaro es un liberal de derechas apoyado por los Estados Unidos: una forma de neoimperialismo apuntalado en las finanzas. Pero la izquierda en Brasil ha cometido tantos errores que no ha sido posible encontrar otra salida.

Por eso creo que Brasil no es el ejemplo a imitar. Brasil es ahora un país con una situación muy crítica. Pero tiene como país muchas potencialidades. Tiene una identidad cultural muy particular, muy hermosa, muy centrada en su espíritu comunitario…

Aceptando sus tesis y el ejemplo de Brasil, tendríamos que hablar de Venezuela. Primero Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro, apoyándose precisamente en conceptos identitarios, de soberanía nacional y justicia social, lejos de engrandecer Venezuela han arruinado hasta lo inimaginable a uno de los países más ricos de América Latina.

Debemos defender las teorías, las ideas del socialismo, las ideas de justicia social, buenas en sí mismas, pero su aplicación no siempre tiene por qué ser perfecta. Personajes como Hugo Chávez o Nicolás Maduro partieron de conceptos acertados, pero no supieron aplicar esas ideas a la realidad.

Usted señala a Estados Unidos como el principal enemigo de ese mundo tradicionalista y antiliberal que propone. Sin embargo, se ha mostrado abiertamente a favor de los discursos y estrategias políticas de Donald Trump y Steve Bannon. ¿A qué se debe esta excepción?

Mi apoyo es sobre todo a Bannon. Él es un tradicionalista. Un tradicionalista que ha leído a Evole, a Guenon, a Martin Heidegger. Y esto no es frecuente dentro de la élite política norteamericana. El hecho de que Bannon, siendo un político estadounidense, haya leído a estos autores, constituye ya una revolución intelectual, una forma de superación de todos los límites del liberalismo americano.

Yo veo en Steve Bannon, sobre todo, la figura del hombre heroico, del intelectual heroico, capaz de superar los límites de lo políticamente correcto. Unos límites muy propios de los Estados Unidos.

Por otra parte, Donald Trump, sin dudas, fue muy inteligente al asumir esa política, esa estrategia de criticar a los liberales para llegar al poder. Lo que ha demostrado que la mayoría del pueblo norteamericano está en contra de su élite globalista. Trump nos ha mostrado esa división interior de los Estados Unidos. Y eso constituye una buena noticia.

Durante su campaña electoral, Trump fue el portavoz de un mensaje muy cercano a nosotros, los que insistimos en la necesidad de acabar con las intervenciones y las ocupaciones globalistas. Pero luego de llegar al poder, y sobre todo después del cese de Bannon, Trump ha caído en las manos de los neoconservadores y ha perdido su línea. Se halla en una situación compleja, porque todo el Estado norteamericano está diseñado a partir de postulados liberales y globalistas, lo que no le ha permitido lleva a cabo su estrategia. Esa estructura es precisamente lo que le ha obligado a prescindir de Bannon.

Incluso así, el actual presidente de Estados Unidos conserva algunos rasgos positivos. Yo no estoy de acuerdo con algunas ideas concretas de Bannon y de Trump, pero pienso que el idealismo político que este último representa es mucho mejor que el globalismo de Hillary Clinton y todo ese pantano liberal. Trump es mucho mejor que sus enemigos. Por eso lo apoyo.

Steve Bannon es para mí un personaje fantástico. Admiro al estratega, al intelectual, aunque no estoy de acuerdo, como le decía, con algunos de sus postulados, como por ejemplo su visión sobre China, o contra Irán, o contra Turquía, entre otras cosas. No obstante, su crítica de la modernidad, del posmodernismo, de toda esa confusión del globalismo, son aristas que me unen a él. Coincidimos en el interés por Heidegger y por la tradición espiritual de Europa occidental, así como en una posición contraria a esa decadencia total que representan los liberales actuales y los valores izquierdistas. Bannon, al igual que yo, ha estado a favor de la creación de un gobierno entre los populistas de izquierdas y de derechas en Italia.

Trump es otro cantar, pero también creo que, de vez en cuando, hace las cosas bien. Por ejemplo, la salida de las tropas estadounidenses de Siria. Esa ha sido una excelente decisión. Al final Trump no es tan bueno como esperábamos, pero no es tan malo como podría ser.

Justamente, a partir de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se modificaron drásticamente las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. ¿Qué opina usted de la situación actual? ¿Está Trump haciendo las cosas bien?

Donald Trump es anticomunista y, como tal, siempre va a considerar a Cuba como un país antinorteamericano e intentará, forzosamente, insistir en un cambio de ideología del gobierno cubano antes de plantear una opción de diálogo.

Pero hay que centrarse en el ejemplo de Corea del Norte. Cuba debe tomar lecciones de ahí. Trump ha sido capaz de establecer un pacto, un acuerdo entre dos países hasta hace poco enfrentados a muerte, sin una solución de paz a la vista. Una solución que sin embargo se ha conseguido. Eso tiene que servir de ejemplo para Cuba.

Debemos ser realistas. Donald Trump es realista. Una posible salida al estancamiento en las relaciones Cuba-Estados Unidos quizás deba pasar por un pacto no ideológico: un pacto más allá del liberalismo y del comunismo. Un pacto apoyado exclusivamente en el contexto de la realpolitik.

El poder político en Cuba, por lo que yo aprecio, niega el realismo, se niega a la realidad. De ahí la falta de acuerdo. Cuba ha de comprender ante todo que Trump es realista, como Putin es realista, como Xi Jinping es realista.

El realismo en las relaciones internacionales puede ser la estrategia más importante, más eficaz para Cuba en sus relaciones con Trump, con los Estados Unidos y, pienso, también con otros países.

 

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