La etapa nacional-bolchevique de Alexander Dugin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Queridos amigos de TVLibertés,

Debemos agradecer una vez más la excelente iniciativa editorial de Ars Magna que lanzó en la colección “Heartland”, durante noviembre del 2020, el libro Los templarios del proletariado de Alexandre Dugin (467 p., 32 €).

Este libro un tanto enigmático apareció en Rusia en 1997. Corresponde a la fase activista de Dugin, quien, junto con el escritor y ex disidente Edward Limonov, cofundó el Partido Nacional Bolchevique, la punta de lanza de la oposición nacional-patriótica a la odiosa presidencia de Boris Yeltsin.

Alexander Dugin se refiere por “Templarios del proletariado” a una vanguardia, a una fraternidad militante comprometida con el “trabajador […] humillado y aplastado como antes e incluso más que antes” (p. 173). En el libro llama abiertamente a una revolución nacional de todas las fuerzas obreras, de ahí la referencia explícita al nacional-bolchevismo.

Este título se ocupa de los efectos político-teóricos de esta corriente nacida en la Alemania posterior a 1919. Sin embargo, Alexander Dugin encuentra una tradición similar en la historia religiosa rusa. Así lo muestra claramente con su reflexión sobre las sectas que surgieron del cisma ortodoxo de 1666-1667. También examina, desde un punto de vista muy original, varias de las obras literarias rusas. Igualmente se centra tanto en el famoso ensayo de Ernst Jünger, Der Arbeiter (1932), como en los trabajos del situacionista francés Guy Debord. Descifra el título de Absolute Beginners, de una manera desconcertante. “Absolute Beginners es un concepto retomado por David Bowie que es extraído directamente de un arsenal de doctrinas gnósticas muy profundas. Este concepto se expresa en una gran canción y un video muy extraño” (p. 255).

Al desvelar “la metafísica del nacional-bolchevismo”, Alexander Dugin describe una fusión inesperada, así como una manifestación operativa del “camino de la mano izquierda”. Para él, “el nacional-bolchevismo es una supraideología común a todos los enemigos de la sociedad abierta” (p. 16). Esto implica una lectura “de derecha” de Karl Marx y una lectura “de izquierda” de Julius Evola. También añade elementos propios de la civilización rusa como el antiguo milenarismo ortodoxo que está vinculado a la “Tercera Roma”. En esta escatología política interviene la extravagante visión del mundo de Jean Parvulesco. Su “Imperio euroasiático del fin” se fusiona con el gran espacio geopolítico ruso-soviético. “El imperio soviético era un imperio en el sentido pleno”, argumenta Alexander Dugin. “Estaba unido por una idea universal común: la idea del socialismo, en la que se encarnaba la verdadera voluntad rusa de lucha por la verdad y la justicia. El Imperio Soviético fue una continuación legítima del Imperio Ortodoxo Ruso, pero más universal, más común, más global” (p. 224).

Alexander Dugin, por tanto, se aleja de un cierto anticomunismo rígido, porque comprendió muy pronto las consecuencias geopolíticas de la repentina desaparición de la URSS y sus implicaciones psicológicas para el Homo Sovieticus. Sin embargo, el movimiento nacional-bolchevique pronto se dividiría en al menos tres facciones debido a las crecientes diferencias políticas y personales entre los dos principales inspiradores del mismo.

Incluso antes de la llegada al poder de Vladimir Putin, Alexander Dugin propone virar hacia el eurasianismo, teoría que él renovará y revitalizará. Hasta ahora continúa su lucha adaptando sus ideas a las nuevas circunstancias. Por eso, la obra de Los templarios del proletariado constituye un testimonio precioso para comprender mejor el recorrido intelectual de su autor.