EL PATRIARCA FOCIO: EL TEÓLOGO DEL BIZANTINISMO

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Basilio I de Macedonio fue quien estableció la tradición del bizantinismo en el campo político y jurídico con la publicación de los primeros códigos políticos y administrativos bizantinos. Estos códigos diferían significativamente de sus antecesores que generalmente solo reproducían copias provenientes de la época romana. Sin embargo, Basilio I vaciló entre acercarse a Roma y al Papa, con tal de repeler juntos el ataque de los árabes que venían del Sur, y su lealtad a la tradición ortodoxa, la cual ya se había establecido para la época en que el reinaba y que tenía una visión muy crítica con respecto al hecho de que se le hubiera dado a Carlomagno el estatus de Emperador, además de que el catolicismo había introducido en el Símbolo de la Fe el principio de que el Espíritu Santo procedía del Hijo: el famoso Filioque. Durante el reinado de Miguel III, Μιχαήλ Γ΄ y Basilio I, Βασίλειος Α΄, aparecieron dos figuras muy destacadas dentro de la Iglesia Ortodoxa, cada una de las cuales encarnaba dos polos distintos: el occidental y el oriental. Uno de los partidarios del polo occidental y del llevar a cabo un acercamiento a Roma era el Patriarca Ignacio, Ιγνάτιος (c. 797 – 877), quien llegó a ser muy importante y se convirtió en el Patriarca de Constantinopla en el 847, bajo el reinado de Miguel III. La emperatriz Teodora apoyó su elección e Ignacio es reconocido como un santo.

Al mismo tiempo, el papel de Patriarca de Constantinopla lo desempeño Focio, Φώτιος (c. 820-896), que era defensor de un punto de vista estrictamente opuesto al de Ignacio con respecto a las relaciones entre Bizancio y la Iglesia occidental. Este hecho es extremadamente significativo, pues Focio era el oponente de Ignacio. También debemos tener en cuenta que el Patriarca Focio fue reconocido posteriormente por la Iglesia Ortodoxa como un santo.

Focio fue un filósofo platónico y el gran compilador de una importante obra conocida como La Biblioteca, la cual contiene varios fragmentos filosóficos y teológicos de la tradición helenística, tanto cristiana como pagana, que incluso retrocede hasta las obras de Platón y Aristóteles. También fue el autor de un libro de Léxico que compilaba toda una serie de textos del helenismo clásico y del Nuevo Testamento con propósitos educativos. Focio fue el autor de numerosos himnos, homilías y obras teológicas.

Focio fue un acérrimo defensor del cesaro-papismo y se enfrentó al papo-cesarismo romano, proponiendo una alianza providencial entre la Iglesia y el Imperio. Esa alianza consistía principalmente en un regreso a los orígenes de una concepción eclesiástica del Imperio que enfatizaba de todas las formas posibles la función del Emperador como katechon (κ κατέχον), “el que retiene”, la cual es el núcleo constitutivo de la identidad sostenida por el bizantinismo y que lo diferencia del catolicismo que se expresa en el postulado del Papa como gobernante supremo de todas las autoridades temporales.

Focio fue el primero que formuló una refutación sistemática del Filioque introducido por los católicos en el Credo. Además, Focio acusó a todos los que practicaban esa fórmula de haber caído en la herejía. Por lo tanto, todos los seguidores de la Iglesia Romana eran herejes a los ojos de Bizancio. En contraste con Ignacio, Focio insiste en que Bizancio debe conservar firmemente su identidad teológica y aferrarse a la tradición que había forjado, por lo que debía mantenerse alejado de Occidente.

Miguel III apoyó a Focio y, tras haber encarcelado a la emperatriz Teodora en un monasterio, Ignacio fue depuesto de la Sede de Constantinopla y Focio fue proclamado como nuevo patriarca.

El Papa Nicolás I (800 – 867) no reconoció la legitimidad del hecho de que Ignacio fuera destituido, ya que este último era ideológicamente muy cercano a sus propios postulados. Además, en respuesta a los constantes ataques de Focio contra el Filioque, llegó a excomulgar al patriarca de Constantinopla en el 863 por considerarlo un “hereje”. Después de eso, la Catedra de Constantinopla, liderada por Focio, excomulgó en 867 al Papa Nicolás.

Sin embargo, cuando Basilio I de Macedonio llegó al trono, revocó el exilio de Ignacio y, por el contrario, con el apoyo de Roma, envía al exilio a Focio. En el 869, Basilio I y el nuevo Papa Adriano II (792 – 872) celebraron juntos el Cuarto Concilio de Constantinopla, que los católicos reconocen como el VIII Concilio Ecuménico, pero los ortodoxos no lo reconocen como tal. En este Concilio, tuvo lugar la condena de Focio, se restauró la unidad de las Iglesias Occidental y Oriental (aunque por un breve periodo de tiempo), se reconoció que los Papas no estaban bajo la jurisdicción de ningún Concilio, ni siquiera de los Concilios Ecuménicos, y la división tricotómica del hombre (como un ser formado por el cuerpo, el alma y el espíritu) fue rechazada en favor de una división dicotómica (el hombre es un ser formado solo por el cuerpo y el alma, mientras que el espíritu fue completamente relegado al reino de la Divinidad trascendente). El posterior desarrollo de la teología católica se basa precisamente en este Concilio. La teología ortodoxa bizantina rechazó este Concilio, siguió sosteniendo que el Filioque era una herejía y conservó la doctrina antropológica de la tricotomía como un elemento esencial de la Ortodoxia.

Sin embargo, Basilio I hizo regresar a Focio de su exilio y lo puso a cargo de la educación de los hijos de la realeza debido a sus grandes conocimientos filosóficos. Posteriormente, Focio fue nuevamente elegido como Patriarca de Constantinopla en el Concilio de 879-880, justo después de la muerte de Ignacio y debido a que este último se había reconciliado con Focio. En este Concilio, las decisiones del Cuarto Concilio de Constantinopla fueron revocadas y todas sus pretensiones ecuménicas terminaron por ser rechazadas, además se reafirmó el Credo origina Niceo-Constantinopolitano que no tenía el Filioque. Dado que todas estas decisiones fueron rechazadas por Roma, al final acabaron por configurar los principios fundamentales de la ortodoxia bizantina y de la teología bizantinista. Estos principios fueron puestos por el platonismo bizantino del santo Patriarca Focio.

Las decisiones tomadas por el Concilio del 879-880, en el que Focio consiguió su victoria ideológica sobre los partidarios de Occidente (filocatólicos) se convirtió finalmente en la razón que causó el cisma entre las iglesias de Oriente y Occidente. Sin embargo, este cisma será reconocido oficialmente en el año 1054, cuándo se producirá formalmente el anatema mutuo entre ambas partes.

El sucesor de Basilio I, León VI el filósofo, Λέων ΣΤ ‘ὁ Σοφός (866 – 912) tuvo una relación muy diferente con Focio y lo expulsó una vez más de la sede del Patriarcado. Focio murió finalmente en el exilio.

La Iglesia Ortodoxa considera a Focio como uno de los tres grandes santos y teólogos que ocuparon el Patriarcado de Constantinopla. Los otros dos serían San Gregorio el Teólogo y San Juan Crisóstomo. La teología de Focio es el ejemplo más genial de la tradición ortodoxa: en ella el platonismo cristiano (claramente representado por Gregorio el Teólogo) y el espíritu del Concilio de Calcedonia (que rechaza el monofisismo), resuenan fuertemente en las enseñanzas de Juan Crisóstomo de Antioquia, así como en la antropología tricotómica establecida por San Pablo Apóstol: todas estas ideas fueron integradas en un solo sistema al que podemos considerar como una teología puramente bizantina. Esta corriente de pensamiento fue iniciada por Máximo el Confesor (un dio-ofisita y admirador del platonismo de Dionisio Areopagítica), después fue sistematizado por Juan Damasceno y finalmente Focio le dio su forma final.

Focio es el principal ideólogo de la ortodoxia bizantina y quién puso sus últimos fundamentos metafísicos, además de predeterminar la identidad ortodoxo-bizantina en el sentido de una cosmovisión que podía abarcar tanto a los griegos (bizantinos) como a aquellos pueblos y culturas que luego resultarían ser los defensores de la ortodoxia. De hecho, fue Focio quien preparó el paradigma teológico y dogmático que llevó a los ortodoxos al Gran Cisma, insistiendo firmemente en que es la ortodoxia bizantina oriental la verdadera tradición cristiana que está unida por un hilo continuo que conecta el cristianismo del siglo IX con sus fuentes históricas y místicas, mientras que el Occidente católico es una “rama seca” que perteneció antes a la Tradición, pero que había perdido su vida y también sus conexiones con la verdad dogmática que fue plasmada en los 7 Concilios Ecuménicos. Fue el Concilio del 879-880 el que, gracias a las decisiones de Focio, reconoció al Segundo Concilio de Nicea como oficialmente el Séptimo Concilio Ecuménico, cerrando con ello la época de los Concilios Ecuménicos y fijando la estructura de los dogmas ortodoxos en un corpus doctrinal de textos teológico y reglamentos que jamás fueron sujetos a enmiendas o cambios. El cristianismo occidental, por el contrario, consideraba al Papa como un intérprete vivo de la Tradición y, por lo tanto, los dogmas de la Iglesia no podían ser fijados de una vez por todas. Es en este punto donde podemos ver que surge la diferencia más importante entre la ortodoxia y el catolicismo: el bizantinismo ortodoxo tiende hacia el conservadurismo dogmático como parte esencial de su realidad, en cambio el catolicismo siguió el camino de ir ajustando los dogmas que heredaba a los desafíos que enfrentaba durante cada época histórica, tratando de preservar de este modo, en la medida de lo posible, su lealtad al espíritu y la letra de la tradición de la Iglesia. Los ortodoxos han conservado de manera inflexible los dogmas en comparación con los católicos. Pero los mismos católicos, si los comparamos con los protestantes, que son incluso menos dogmáticos, pueden parecernos a su vez conservadores y tradicionalistas.