LA CRISIS ACTUAL DE LA CIENCIA

El famoso filósofo Edmund Husserl escribió hace casi cien años que las ciencias europeas, especialmente las ciencias naturales, se encontraban en crisis. Husserl llegó a esta conclusión mediante el método fenomenológico, el cual examina cuidadosamente los procesos que suceden al interior de la mente humana antes de preguntarse por los fenómenos que ocurren dentro o fuera de ella. Todas las cosas que vemos no son más que representaciones en nuestra mente y no son las cosas en sí, por lo que conocemos el mundo exterior enteramente por nuestro pensamiento.
Las ciencias naturales creen ingenuamente que están estudiando las leyes del mundo objetivo, pero se equivocan: lo único que hacen es estudiar las estructuras de nuestro pensamiento. Sería mejor que las ciencias naturales admitieran esta realidad y dejaran los discursos sobre la objetividad a la propaganda.
Aquello que Husserl explicó en su momento fue luego retomado por los científicos. Por ejemplo, en la mecánica cuántica los problemas científicos dependen de la posición y la existencia del observador. La teoría de la relatividad de Einstein hace que la estructura del tiempo sea relativa y este relacionada con el lugar que ocupa el sujeto dentro de una línea de tiempo, por lo que cualquier fenómeno que supere la velocidad de la luz – es decir, que vaya más allá del límite del espacio de Minkowski – provoca que el tiempo sea reversible. La teoría moderna de las supercuerdas vincula las estructuras que nos permiten medir el mundo con la teoría de los fantasmas de Fadeev-Popov, por lo que son parte de este continuum científico.
No obstante, académicos como Thomas Kuhn, Paul Feyerabend y Alexander Koyré demostraron que la retórica, las creencias, la política y la economía jugaron un papel muy importante en la formación de los paradigmas científicos. Después, Michel Foucault, pero especialmente Bruno Latour, demostraron que gran parte de los experimentos y descubrimientos científicos no son más que pura palabrería en la que acontecen luchas entre muchos laboratorios y solamente triunfan ciertas sectas científicas que buscan ganar fama y poder.
Esto llevó a que algunos filósofos de la ciencia como John Horgan llegaran a la conclusión de que la ciencia a muerto y que los científicos actuales no son otra cosa sino dementes que han perdido todo contacto con la realidad y solo sirven para crear inventos tecnológicos que ya no tienen nada que ver con la ciencia teórica.
Hoy en día estamos presenciando el derrumbamiento de la realidad objetiva que las ciencias naturales pretendían estudiar, y esto último sin duda a afectado muchísimo a las humanidades, las cuales nunca fueron ciencias precisas. Ahora que vivimos en un tiempo de relativismo y confusión total, las humanidades ya no son para nada más que un discurso arbitrario y vacío. Son la definición misma de la Postmodernidad: todo es relativo, falso, irónico y carece de sentido.
Allí donde la ciencia antes era constructiva, o al menos aparentaba serlo, hoy es destructiva.
Podemos lamentar el fin de la ciencia, o su transformación en una ciencia irónica (como dice Horgan), o podemos alegrarnos de que por fin toda la colegiatura académica ha sido tildada de ser un montón de pensadores irracionales que ya no tienen pruebas sobre las cuales fundamentar su discurso. Sin embargo, nuestro deber es buscar el momento en que la ciencia perdió su rumbo y llegó a este abismo. Creo que esa es nuestra verdadera misión.
He llegado a la conclusión que el problema del corpus científico contemporáneo radica en la idea del atomismo.
La idea de que existen partículas materiales individuales e indivisibles (átomo significa en griego algo indivisible), es decir, la existencia de partes que no necesitan del todo, tal y como sostenían Leucipo y Demócrito, y posteriormente Epicuro y Lucrecio Caro, se ha convertido en un callejón sin salida. La ciencia de la Antigüedad y la Edad Media consideraban que esta idea era falsa, y no porque los átomos no puedan existir (lo que hoy se llama “átomos” son partículas divisibles que ya no se corresponden con el concepto), sino porque el Uno – la mente, el alma, el espíritu – no puede proceder de ellos, como lo demostró Platón. Tenemos que elegir entre la mente o el átomo. El atomismo implica abrazar el materialismo radical y aceptar que el mundo no tiene sentido. Se trata, por tanto, de un mundo dominado por la locura, donde todo es arbitrario en él y las cosas suceden de una determinada forma sin una causa real (como muy bien plantea la ley de la isonomía). Cuando Galileo, Newton y Gassendi convirtieron el atomismo en el fundamento de las ciencias naturales, la humanidad cayó víctima de un delirio absoluto y devastador, por lo que comenzamos a alucinar que el mundo exterior no solo no existía, sino que simplemente no podía existir. La visión científica del mundo terminó derivando en una especie de demencia colectiva y esto nos llevó al delirio. La corrupción de nuestro pensamiento provocó la corrupción del mundo que nos rodea y finalmente todo esto nos llevó al materialismo, el ateísmo, la democracia y el liberalismo. Además, el atomismo se expresa a nivel político en el individualismo, pero el individuo no existe ni puede existir como átomo. El hombre es parte de un todo y su aislamiento conduce a la autodestrucción. La ausencia del Uno – tanto en la religión como en el Estado, la sociedad y la moral – lleva a la degeneración de la humanidad, algo de lo que somos testigos actualmente
Si de verdad queremos salvar la ciencia, entonces debemos volver atrás y rechazar el atomismo junto con todo lo que se deriva de él en la física, la química, las ciencias políticas, etc., para poder empezar de nuevo.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera