La ideología rusa del futuro

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El actual enfrentamiento entre Rusia y Occidente – especialmente con los Estados Unidos – ha llegado a tal punto que, independientemente de que se produzca o no un conflicto militar abierto, se hacen cada vez más claras las diferencias no solo geográficas, sino también civilizacionales e ideológicas, que existen entre ambas partes. Esta ruptura total e irreversible entre Rusia y Occidente permanecerá independientemente de que uno u otro actor imponga sanciones o despliegue tropas cerca de las fronteras de su enemigo. Por lo tanto, no importa que Rusia o Estados Unidos hagan el primer disparo o que rumbo tomaran los acontecimientos futuros, lo cierto es que esta ruptura ya está ocurriendo y ambas partes – especialmente la rusa – no saben cómo explicar lo que está sucediendo.
La mentalidad rusa no tolera las rupturas bruscas, por lo que es muy probable que todo siga como hasta ahora. Es más, incluso aunque estalle una guerra o suframos cambios colosales, los rusos siguen viviendo sus vidas como si todavía reinara la paz y la estabilidad. Nuestra psique tiende a la armonía y a la calma, por lo que no podemos asumir directamente la crisis por la que estamos atravesando. Un famoso dicho ruso dice que “nos quedamos dormidos mientras todo sucede”. Y dormimos durante tanto tiempo que nos vemos obligados a correr a velocidades hipersónicas con tal de ponernos al día. Mientras que en el ámbito militar y diplomático pareciera que estamos listos para lanzarnos a la guerra, carecemos de la ideología y de las ideas que nos ayuden a vencer el sueño dogmático en el que nos encontramos: “todo está tranquilo y no va a pasar nada”. Seguimos impregnados del ambiente de la década de 1990 y más de veinte años de reformas patrióticas no han conseguido sacarnos de este sueño.
Lamentablemente, han acontecido cambios irremediables y es hora de que nos demos cuenta de ellos… pero todo avanza muy lentamente. Nuestra educación, ciencias sociales, cultura y cosmovisión sigue siendo dominadas por el paradigma liberal occidental y todo intento de remendarlas por medio del conservadurismo es infructuoso.
No obstante, Rusia se encuentra cada vez más al borde de la guerra con Occidente. Y no importa si queremos o no que esto suceda, nuestro país cada vez esta más desconectado del mundo occidental, sus leyes, sus estándares, sus normas y protocolos. Pero esta desconexión no es producto de un revivir de la identidad rusa enfrentada al mundo moderno, globalista y liberal, sino que es el resultado de que avanzamos en dirección opuesta y no encontramos nuestro lugar dentro de un mundo globalizado que sentimos cada vez más ajeno a nuestra existencia.
Cuando Moscú se acercó a Occidente a finales de la década de 1980 y principios de 1990 los occidentales consideraron esto como una derrota y empezaron a comportarse de forma agresiva. Fue por esa razón que nos vieron como una amenaza y comenzaron planear la continuación del conflicto: la OTAN se expandió hacia el Este y Occidente ignoró las advertencias de Moscú. Occidente casi siempre trata a los derrotados de este modo: el Tratado de Versalles de 1919, por citar un ejemplo histórico, fue una humillación para Alemania y el nacionalsocialismo de Hitler fue la revancha. Este escenario se repitió en 1990 con Rusia.
Rusia ha venido fortaleciéndose con el mandato de Putin y de este modo ha conseguido convertirse en un polo independiente y en una potencia soberana. Sin embargo, Occidente considera que Rusia no es más que “una potencia regional descarriada” a la que hay que “darle una lección y poner en su sitio”. Putin intentó en algún momento ser amigo de Occidente y aceptar las reglas de juego acordadas por ambas partes. Pero Occidente consideraba eso inaceptable y se adhirió al principio de que algunas democracias son iguales, pero unas son “más iguales que otras”. Putin rechazó hacer parte de los “animales de la granja” sometidos a tales ideales y decidió aprovechar el tiempo para modernizarnos y ponernos al corriente en todo.
Las autoridades rusas no quieren la guerra y únicamente se limitan a reaccionar. No obstante, existe un problema mucho más profundo al que tienen que plegarse: Rusia es una civilización particular que tiene una identidad y unas leyes geopolíticas propias. Occidente siempre nos ha considerado como un Otro y, por mucho que nos acerquemos, siempre terminamos luchando entre nosotros. Lo Otro y lo Mismo siempre necesitan mantener la distancia. Si la distancia se acorta, entonces el péndulo oscilará en la dirección contraria y eso es lo que esta sucediendo ahora.
A pesar de que Moscú no quiere, siempre termina por decirle “no” a Occidente. Pero después de ser conscientes de que negamos es necesario saber a qué le decimos “sí”. Negamos el liberalismo, el globalismo, el post-humanismo, la ideología de género, la hegemonía occidental, la doble moral y la cultura posmoderna. Sin embargo, ¿qué es lo que afirmamos?
Es aquí donde se hacen relevantes las ideas que anteriormente enfrentaron a Rusia con Europa (Occidente) y es necesario que volvamos a ellas si es que queremos continuar nuestra lucha:
Primero, Rusia como el bastión del mundo ortodoxo y Moscú como la Tercera Roma;
La monarquía rusa como el dique (katechon) que previene el triunfo de la inequidad en el mundo;
Los ideales eslavófilos sobre el destino universal de los eslavos (y otros pueblos) orientales gracias a un Tercer Renacimiento;
La teoría eurasiática de Rusia como una civilización distinta e independiente de Occidente;
Las ideas de los populistas (narodniks) rusos de que la sociedad rusa es profundamente agraria y su rechazo de la industrialización;
Las ideas soviéticas sobre la oposición de Rusia a Occidente y el resto del mundo;
La sofiología y el misticismo patriótico desarrollados durante la literatura de la Edad de Plata.
Podemos decir que estos son los principales elementos de la futura ideología rusa. Por otra parte, es necesario no solo volver a restaurar estos paradigmas, sino también resolver los profundos cismas que existen entre ellos y las oposiciones históricas que uno u otro han tenido en su momento. Es necesario crear una perspectiva sintética que rechace tanto las pretensiones universalistas de Occidente como la superioridad de sus “valores” (algo que es común a todas estas escuelas) en caso de que queramos darle forma a nuestro futuro. Y este problema no se resuelve recurriendo a ciertas formulas o tecnologías políticas, lo primero que debemos hacer es deshacernos de toda la escoria servil y engañosa, es decir, tecnócrata, que hasta ahora ha impedido el nacimiento de nuestra ideología. Lo que necesitamos es volvernos hacia el pensamiento ruso, resucitar nuestro Logos y ahondar en él. Esta tarea solo la pueden llevar a cabo pensadores y místicos, pues requiere de una gran inspiración y una amplitud de miras tan cristalina que solo puede porvenir de quienes conozcan a profundidad el destino ruso.
Por supuesto, al Kremlin ni siquiera se le ocurren tales ideas, pues está muy ocupado atendiendo los asuntos diplomáticos y militares. Nuestro gobierno solo se concentra en seguir lo que parece “el curso objetivo de los acontecimientos” y no se preocupa ni por el Logos o por el sentido de la historia rusa.
Pero quienes entienden la importante misión que Rusia tiene que cumplir y han venido denunciando desde hace mucho que el conflicto con Occidente era algo inevitable, aun cuando la mayoría de las personas estaban ilusionadas con la Perestroika, las reformas o el reinicio de nuestras relaciones con Estados Unidos, saben que llegaría este momento. Ahora solo los locos o los agentes occidentales se dan el gusto de ignorar esta gran verdad. Por supuesto, ni siquiera los que se enfrentan a Occidente con las armas toman en cuenta las Ideas. No obstante, no existe ninguna política real sin referencia a una Idea o ideología concreta. Quizás esta sea poco influyente ahora, pero no podemos dejarlo de lado. Llegará el momento en que las autoridades, si quieren llenar esta brecha, tendrán que “presionar el pedal” y deberán zanjar la enorme distancia que existe entre nuestro estado de ánimo apático, adormecido y perezoso con respecto al conflicto de civilizaciones que ahora estamos viviendo. El despertar de Rusia es inevitable y llegará el momento en que nuestro Logos despierte.