La "Guerra por la eternidad" de B. Teitelbaum: El tradicionalismo político occidental como contención del anticristo

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El diablo puede citar las Escrituras para sus propios propósitos
 William Shakespeare
Durante el 2016 se produjo un evento inesperado en el epicentro de la civilización liberal occidental – fue un evento que sin duda se convirtió en parte de un giro radical de la historia mundial – , ya que resultó bastante desconcertante que llegara al poder de los Estados Unidos de América (país que fue fundado sobre los principios liberales que sustentan a las sociedades modernas) una fuerza esencialmente opuesta a los fundamentos ontológicos profundos que hacen parte de las élites gobernantes de allí.
El nombre de esta fuerza política es el tradicionalismo, una doctrina nacida durante el siglo XX de la reflexión de pensadores metafísicos ultra-pasionarios como lo fueron Rene Guénon y Julius Evola. Esta doctrina filosófica, religiosa y sociológica logró, paradójicamente, revelar la esencia misma de la tradición primordial y su metalenguaje en un tiempo cuando la percepción sensible de la divinidad por parte de la humanidad había sido desterrada por la racionalidad materialista dese hacia varios siglos. Esto es lo que nos resulta interesante del libro La guerra de la eternidad (War for Eternity) de Benjamin Teitelbaum.
B. Teitelbaum es un etnógrafo y un analista político estadounidense que se propone describir e introducir en la discusión académica contemporánea el fenómeno del pensamiento tradicionalista en cuando práctica política. Su libro está basado en toda una serie de entrevistas y reuniones informales, muchos detalles biográficos, un análisis abierto de las actividades políticas y detrás de escena de las personalidades más importantes que han sido identificadas por el autor mismo y que según él están conectados a la escuela tradicionalista. Entre ellos incluye a S. Bannon, Alexander Dugin, O. de Carvalho, John Morgan, Jason Giorgiani y demás personajes relevantes. La aproximación que hace Teitelbaum al estudio de este fenómeno político por medio de la antropología (es decir, no estudiando la ideología en sí, sino la personalidad de sus principales representantes) es muy inusual en esta clase de obras.
El autor también advierte que el objeto al que aplica su enfoque etnológico (el cual es su campo de formación) es bastante atípico a la hora de hacer una investigación, especialmente porque las herramientas de esta disciplina normalmente se aplican a los estratos marginales de las sociedades modernas o a las comunidades arcaicas que no están en contacto con ellas.
Sin embargo, el tradicionalismo es la ideología por excelencia de la "rebelión contra el mundo moderno" y sus representantes pertenecen antes que nada a la periferia de la sociedad. La victoria del paleo-conservador Donald Trump durante las elecciones presidenciales de los Estados Unidos les permitió a los tradicionalistas penetrar de una forma sin precedentes en la sociedad, por lo que de ahora en adelante resulta imposible seguir ignorando esta doctrina en el espectro político. Se ha hecho evidente que Trump no es un representante del tradicionalismo, sino que más bien es una figura simbólica detrás de la cual un intelectual como Steve Bannon, quien es estudiado por Teitelbaum, ha impulsado.
Bannon es una personalidad muy única en el ámbito de los Estados Unidos. El libro de Teitelbaum describe detalladamente su formación, especialmente durante su juventud cuando se plantea la cuestión de encontrar un apoyo espiritual fuera de la realidad inmanente, lo cual le lleva a conocer por primera vez las enseñanzas esotéricas de varios autores, en particular las del místico G. Gurdjieff y las de H. Blavatsky, la fundadora de la teosofía. Después, Bannon estudio el tradicionalismo integral de Guénon y Evola.
Gracias a sus increíbles habilidades analíticas, Bannon ascendió profesionalmente dentro de una corporación financiera y se convirtió en el fundador de su propio banco de inversiones. Sin embargo, el hecho de haberse sumergido en las formas más agresivas y puramente materialista del capitalismo no destruyeron para nada su espiritualidad. Por el contrario, Bannon mantuvo y acentuó esta dimensión interna que hace parte de la protesta del tradicionalismo en contra de la Modernidad. Bannon se dedica a usar sus conexiones y los recursos que obtiene con tal de socavar el status quo del establishment liberal de Europa Occidental mediante la agencia de noticias de Breitbart o las redes sociales estudiadas por Cambridge Analytica, que gracias a su activa participación se han convertido en poderosas herramientas que sirven para implementar la metapolítica conservadora de derecha. Entre sus grandes triunfos se encuentran el Brexit y la victoria de Donald Trump.
En muchas de las conversaciones Teitelbaum con Bannon se revela la particular visión del tradicionalismo que este último sostiene y que en muchos sentidos es diametralmente opuesta a las ideas sostenidas por esta doctrina. A diferencia de Guenón, que define estrictamente al Oriente como el polo de la espiritualidad frente al Occidente como polo del materialismo, Bannon interpreta la civilización judeocristiana occidental como el Katechon que impide el triunfo del globalismo liberal y de China, ya que ambas fuerzas intentan imponer una dictadura materialismo sobre el resto de la humanidad. El Islam también es visto por Bannon como una amenaza mundial. La cosmovisión de Bannon tiene como uno de los imperativos el proteger a la civilización occidental de la invasión del Islam (este tema no es abordado en el libro de Teitelbaum, pero se encuentra en las entrevistas que ha dado Bannon al respecto [1]). Otro héroe del libro, el cuasi-tradicionalista y político brasileño O. de Carvalho, que vive en los Estados Unidos y que tiene una cierta influencia en las élites políticas de su país encabezadas por el presidente J. Bolsonaro, también se adhiere a esta cosmovisión. Sin embargo, Carvalho no solo ataca a China y al Islam, sino que también considera que la Rusia moderna hace parte del globalismo y es dominada por el materialismo y el militarismo soviético que son absolutamente hostiles a la Tradición [2].
La visión de Steve Bannon sobre Rusia es diferente. Según él, Rusia es una civilización que hace parte de la tradición judeocristiana de Occidente. Por lo tanto, como todos los representantes del tradicionalismo occidental (y de la filosofía de Europa occidental en general), Bannon no tiene en cuenta las diferencias fundamentales que existen entre el cristianismo católico y el cristianismo ortodoxo. Bannon considera que su principal tarea política es persuadir a Rusia, ya que es parte de Occidente, de que todos deben luchar conjuntamente contra la amenaza global representada por China.
Desde el punto de vista de Bannon, una de las condiciones más importantes para que se produzca un retorno a la espiritualidad vertical en la sociedad estadounidense es promover una política dirigida a asegurar la prosperidad (principalmente económica: salarios decentes y protección en contra de los inmigrantes ilegales) de las clases trabajadores que son oprimidas por las élites liberales. Según Bannon, los estadounidenses comunes y corrientes son los verdaderos portadores de la tradición judeocristiana.
En una de las conversaciones que es reproducida en el libro, Teitelbaum expone las diferencias entre el ideólogo del tradicionalismo ruso Alexander Dugin y Bannon, quien en ese momento había empezado a colaborar con el disidente chino Guo Wengui. Bannon intentó convencer al filósofo ruso de que Rusia y los Estados Unidos debían unirse bajo el legado de la civilización judeocristiana (que según Bannon es el vínculo entre Rusia y Occidente) en contra de China como "baluarte de los valores materialistas". Sin embargo, Dugin tiene una visión de Occidente y de China fundamentalmente muy distinta a las posiciones que eran defendidas por su contraparte estadounidense. Por lo cual el "pacto entre tradicionalistas" que propuso Bannon no logró concretarse.
A pesar de todo, los intereses de Dugin y Bannon en el espacio de la política europea eran muy similares y consistían en apoyar a las fuerzas conservadoras y populistas de derecha que se oponen a la dictadura liberal de izquierda de Bruselas, la cual intenta destruir los Estados nacionales y, en última instancia, disolver a todos los pueblos en la UE.
Fenomenología del tradicionalismo como sujeto
René Guénon descubrió la eternidad como el campo ontológico único de todas las tradiciones mundiales, ya que todas conciben la eternidad como una sincronicidad omnipresente. Desde el punto de vista de la estructura trifuncional de las sociedades indoeuropeas, que es el sistema jerárquico por excelencia del tradicionalismo (sacerdotes/guerreros/campesinos), Guénon hace parte de la primera casta y su propósito más alto es el de la teoría (del griego Θεωρία, contemplación). La praxis política hace parte de la actividad heroica y es la encarnación en la vida de los hombres de las ideas filosóficas: está es la misión arquetípica de la metafísica militar propia de la tradición hindú y de la segunda casta: los kshatriyas. El barón Julius Evola puede ser considerado como el Kshatriya por excelencia. Sin duda, su contribución teórica es muy importante, pero todo el pensamiento de Evola gira alrededor de la política y sus ideas teúrgicas están dirigidas a reflexionar la fenomenología del tradicionalismo como sujeto político global.
Evola vio en el fascismo la encarnación de una voluntad que deseaba revivir el principio masculino militar y solar, eso significaba un intento de regresar a una realidad sagrada, vertical y patriarcal-apolínea que se oponía al hedonismo y al materialismo que lo destruía todo. Uno de los signos que demostraba la derrota de la entropía producida por el tiempo en favor de un regreso de la eternidad era el hecho de que el fascismo abandonaba los valores de la tercera casta de los comerciantes burgueses y pedía el resurgimiento de los ideales heroicos. Sin embargo, la aceptación de las mentiras promovidas por el darwinismo social acerca de la superioridad racial de la nación alemana y la selección antropológica anularon los componentes antiliberales que existían al interior de la Tercera Teoría Política. El fascismo histórico resultó ser solo una parodia modernista del espíritu guerrero y eso terminó por hundir las esperanzas de Evola de reconstruir los principios de la eternidad bajo su bandera. El progreso continuó su curso. 
El comunismo tampoco consiguió ponerle límites al desenfreno de la civilización marítima y capitalista. El marxismo concibió de forma bastante correcta al trabajo como un principio luminoso, pero esta interpretación fue ahogada unilateralmente por un materialismo muy reduccionista que impuso la lucha de clases y el progreso como único horizonte. Sin embargo, estas experiencias fallidas que se enfrentaron al liberalismo, tanto desde la derecha como desde la izquierda, revelan algunas de las claves que debe seguir una ideología con tal de luchar contra el capitalismo. La comprensión de estas líneas ideológicas puede darnos una oportunidad para conseguir vengarnos en contra del liberalismo.
El tradicionalismo es la antítesis del mundo moderno, pero sobre todo es un ataque contra el progreso concebido como tiempo lineal y unidireccional: esta idea adquirió un sentido político con la Ilustración. El tradicionalismo abre la posibilidad de un “eterno retorno” hacia una sociedad pre-moderna. La Modernidad y el liberalismo (como teoría política) comienzan a cambiar la percepción de la consciencia humana hasta que esta acepta el progreso como dato verdadero del acontecer histórico. Sin embargo, el liberalismo, que nace como una doctrina política de los Nuevos Tiempos, no se considera simplemente una continuación de la historia ad hoc: antes que nada intenta reinterpretar todas las etapas anteriores del desarrollo existencial como un camino predeterminado que descubren el núcleo mismo de la individualidad humana al eliminar para siempre todas las distintas capas que la han ocultado a través del tiempo (esto incluye todas las formas de conexión eidética y, en primer lugar, la Tradición).
Cabe señalar que la visión tradicionalista de que la humanidad se va separando gradualmente de un principio holístico primordial no es más que una inversión negativa de las ideas del progreso, pero entendida como regresión. El pensamiento tradicionalista sostiene como imperativo absoluto la necesidad de restaurar la sagrada divinidad mediante un retorno al Uno eterno. Aun así, resulta paradójico que el liberalismo sostenga como uno de sus fundamentos (si es que seguimos el pensamiento de sus más radicales representantes que, en nuestra opinión, son los defensores de una conciencia enferma e infinitamente perversa) que la liberación del individuo no tiene tanto que ver con el asesinato de Dios como con un descubrimiento radical del mismo (!). Si seguimos esta lógica entonces la verdadera oposición entre el liberalismo y el tradicionalismo no es tanto la oposición entre Dios y la ausencia de Dios, sino la lucha entre dos dioses diferentes que son simétricamente distintos (Dios contra el anti-Dios).
El liberalismo moderno como deísmo. Descartes vs. Guénon.
La filosofía de René Descartes marca el punto de inflexión que separa a la Premodernidad – con su cosmovisión teísta que percibe a Dios como una presencia viva que existe dentro del hombre – de la Modernidad. En sus comienzos, la Modernidad no negaba a Dios, sino que lo reducía a una dimensión conceptual deísta. Descartes ve a Dios como el principio de razón suficiente que sustenta la existencia del cogito: un sujeto pensante, una constante trascendental técnicamente necesaria que fundamenta el dominio inmanente del homo sapiens sobre un mundo que esta privado del uso de la razón.
Según Descartes, el hombre se convierte en quién dirige este mundo, pero no como representante de Dios en la tierra, sino como un "rey autosuficiente de la naturaleza" que se ha hecho con un trono que hipotéticamente una vez le perteneció a Dios, pero ahora Dios lo ha abandonado. El Dios de Descartes no es más que una representación sin brillo que pertenece al pasado. A partir de ahora la realidad estará sometida únicamente a los designios de los representantes del cogito. Esta idea es la que justifica el progreso como la mayor bendición que nos concede el tiempo, ya que la res cogens "divina" se va haciendo cada vez más fuerte en la medida en que somete de forma racionalista a la res extensa, y, por lo tanto, este proceso lineal adquiere la forma de un movimiento gradual que va desde lo imperfecto hasta lo más perfecto.
El cartesianismo es la base doctrinal del liberalismo, pero en el contexto político de la Modernidad el pensamiento de Descartes no es propiedad única de la Primera Teoría Política; el cartesianismo también influyó las coordenadas de los sistemas y doctrinas políticas que crearon el comunismo y el fascismo. La esencia del liberalismo “influye” igualmente a todas las ideologías políticas que surgieron de la Modernidad. Después de la destrucción del fascismo y la caída del comunismo, el liberalismo deja de ser "solo una de esas ideologías" y se convierte en la única realidad global, revelándose como el verdadero "señor" del progreso y pudiendo reclamar para sí el control exclusivo de la herencia de la Modernidad.
La liberación de todas las formas de identidad colectiva llega a su última etapa mesiánica cuando descubre que el individuo, el "verdadero dios" que siempre se había esperado encontrar, por fin aparecerá una vez que se consiga la liberación final del mismo de toda dependencia que el individuo tenga de la especie como entidad colectiva. El posliberalismo, que ha reemplazado a la Modernidad, está por completo obsesionado con la creación de un régimen mundial teocrático "único" con su propio escenario de "salvación", mientras que ataca con todos los medios disponibles a los "infieles" que se le oponen [3].
El camino a la eternidad. La revolución escatológica. El significado del tiempo.
¿Dónde se encuentra la eternidad? ¿Acaso es posible volver a ella? En el libro B. Teitelbaum se habla de una especie de "matanza del tiempo", lo cual es considerado por el autor como el camino que indica el triunfo de la eternidad sobre todo lo demás. Pero, ¿cómo es posible hacer algo semejante?
A lo largo de la historia de la humanidad las tendencias conservadoras siempre se han dedicado a frenar desesperadamente el progreso. Se las arreglan para retrasarlo o ralentizarlo, pero nunca han considerado revertirlo. El tradicionalismo político, que es una negación absoluta de la Modernidad, obviamente no puede hacer que la historia vuelva sobre sus pasos y fluya en dirección opuesta, pero al mismo tiempo quiere allanar el camino hacia la eternidad a través de alguna especie de compromiso con el liberalismo (de lo contrario, simplemente repetiría el destino que siguieron el comunismo y el fascismo).
 En una de las conversaciones transcritas en el libro Teitelbaum, Bannon declara estar en desacuerdo con el dogma teológico cristiano de que la venida de Cristo nos abre el camino hacia el eterno retorno según las ideas de los ciclos tradicionalistas. En lugar de ello, esta doctrina da origen a una concepción del tiempo lineal y a un enfrentamiento escatológico final. Aquí es donde se hace evidente una diferencia importante que permite comprender el significado final del proyecto tradicionalista occidental. La eternidad de Bannon y Carvalho no tiene nada que ver con la eternidad de la Segunda Venida de Cristo, un reino donde existe un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva. El cristianismo es privado de su dimensión más importante - escatológica - y, por lo tanto, su trayectoria ontológica se convierte en nada más que una apuesta por el pasado (de ahí el imperativo del judeocristianismo como Logos que se esfuerza por volver a sus fuentes). Esto no puede considerarse como un "asesinato del tiempo", sino más bien como un intento de restauración voluntarista y por la fuerza una órbita del tiempo, esto es considerado por la tradición primordial como la nostalgia que despierta la fuerza original de un Logos moribundo. Según Platón, el tiempo es "parecido a la eternidad, pero en movimiento" y todas sus formas, todo lo que surge y desaparece, el pasado y el futuro, son los tres éxtasis del tiempo que "imitan a la eternidad y corren en círculos según [las leyes de los] número" (Tim. 38a) ... Además, el tiempo nació simultáneamente al "cielo" y ambos van a desaparecer, "porque un arquetipo es el que existe por toda la eternidad, mientras [la imagen] ha surgido, es y será parte del tiempo integral" (Tim. 38c)
El tiempo no es para la tradición la eternidad como tal, sino una revolución orbital que gira a su alrededor de un centro. Este ciclo del "eterno retorno" fue roto por el pensamiento progresista que apareció en Europa Occidental. Es simbólico que Guénon, un representante de la misma civilización de Europa Occidental, realizará un trabajo de crítica contra los elementos que nos han llevado al catastrófico estado en que nos encontramos actualmente, con ello él dio el primer, y sin duda el más importante, paso con tal de vencer este proceso de destrucción. Sin embargo, el tradicionalismo occidental carece de un elemento importante ya que es incapaz de incluir en su campo de reflexión a la ortodoxia rusa y su comprensión escatológica del futuro. Tanto Bannon como Carvalho se centran únicamente en Occidente, negando por completo a Oriente, ya sea en la figura de China, en su oposición al Islam, incluso en su proyecto de salvar el progreso de la civilización judeocristiana, donde el cristianismo termina por convertirse en un elemento “étnico” que no tiene una misión que cumplir.
Los peligros del tradicionalismo occidental
El liberalismo de izquierda que llegó al poder en Estados Unidos y que es representado por el Partido Demócrata no ha tardado en manifestar su esencia totalitaria de una manera inédita (ha impuesto la “cultura de la cancelación”, una fuerte censura y un ostracismo total en las redes sociales, además de que quiere implantar de forma agresiva todas las perversiones y patologías como una especie de “nueva normalidad”, etc.) ... Sin embargo, resulta obvio que los liberales de izquierda que trabajan para Biden no tienen ningún fundamento real y no son más que una pantalla que trabajan para otras fuerzas distintas.
Es curioso que varios elementos de la agenda conservadora tradicionalista hayan comenzado a aparecer repentinamente en la retórica de los liberales de derecha (de hecho, son elementos que transgreden los principios del conservadurismo), especialmente en lo que tiene que ver con el llamado a un resurgimiento de la "vieja Europa", declaraciones en las que se reconocen con facilidad las ideas de Bannon. Uno solo puede llegar a adivinar cuál es el fundamento de la subjetividad misma del liberalismo al ver que está dividido en dos alas: una de derecha y otra de izquierda, ninguna de las cuales es autosuficiente, sino que surge de una base común liberal.
La restauración de la eternidad y la unidad primordial con la que sueñan los tradicionalistas occidentales, tiene todas las posibilidades de convertirse en una "unión" sincrética y artificial de todas las tradiciones (como el siniestro proyecto que tiene como fin construir un "centro para la fe" o “una casa para el Uno” [4] en Alemania) o tomar la forma de un simulacro tecnológico (eternizar la conciencia en un servidor conectado a la nube y extender la vida del cuerpo por medio de una "eternidad" inmanente que sustituya todos tus órganos con copias artificiales). Al proponer un retorno de la eternidad primordial mediante una “lucha contra el tiempo”, el tradicionalismo occidental da un paso hacia la aberración metafísica más peligrosa, revelando al mundo nuevamente su occidentalocentrismo en lugar de la creación de una multipolaridad sagrada. Pero incluso si se pensara de manera diferente, como una hipótesis que buscara restaurar todas las tradiciones originales que no han sido distorsionadas por la Modernidad, algo que es ontológicamente imposible, no representaría más que un retroceso a uno de los Estados anteriores y que con el tiempo conducirá una vez más al colapso del mundo moderno y posmoderno. Entonces, ¿tiene algún sentido la idea de hacer que la humanidad remonte río arriba una corriente que nunca cambia de dirección? ¿Acaso es posible encontrar una forma de crear una eternidad que no sea artificial y sin sentido, que sea diferente a esa eternidad donde la conciencia puede descargarse en los servidores de la nube mientras que se extiende la vida artificialmente por medio de la suplantación de los órganos del cuerpo?
Pareciera ser que una vez que el tradicionalismo al estilo occidental, una vez que se ha separado del totalitarismo global, liberal y democrático, se ha convertido igualmente en un problema que necesitará ser superado.
El camino hacia la eternidad no puede suceder fuera del espacio escatológico semántico ni en el formato de un "pliegue de la historia" que será camuflado por un retorno al pasado que tiene como objetivo la prosperidad eudemónica abstracta de una única civilización. El vector de la salvación debe dirigirse hacia el futuro, hacia el triunfo sin precedentes de la chispa divina que existe en el hombre.
El tiempo no es el enemigo de la eternidad sino su mensajero, y la carrera que emprende la humanidad hacia lo divino sólo puede tener lugar a través de la iluminación del significado del tiempo y a través del tiempo [5]. Creemos que el mensaje de Guénon solo puede ser descifrado correctamente por un principio interpretativo especial que existe fuera de la civilización occidental, que no nos separa el mundo de las cosas, sino que lo absorbe en su totalidad. Este intento de identificar a Dios con un cuasi Dios o de llegar a una conclusión aproximada y sin fundamentos, solo nos conducirá hacia una contra-iniciación que, como se insiste muy justamente, llevará a la aparición de aquel que la tradición cristiana llama el Anticristo o el falso salvador.
Benjamin Teitelbaum está apenas completando su valiosa y, en muchos sentidos, única investigación sobre el asunto. En una de las entrevistas posteriores a la publicación del libro, el autor compara los hechos y expresa sus dudas de que las reflexiones metafísicas y filosóficas del pensamiento tradicionalista puedan cristalizar en una doctrina política operativa. Quizás algo que no se puede deducir de la simple superposición de los hechos ha eludido la mirada inquisitiva del investigador. Sin embargo, el libro lleva un mensaje importante. Se ha desatado la "Guerra por la Eternidad" y su escenario y desenlace le darán a este mundo el último de los veredictos.
Notas:
[1] Stephen Bannon y Occidente como Katechon que evita la llegada del Anticristohttps://katehon.com/ru/article/stiven-bennon-i-zapad-kak-katehon-uderzhi...
[2] http://debateolavodugin.blogspot.com/2011/03/olavo-de-carvalho-introduct... (en inglés)
[3] La metafísica del liberalismo es presentada con muchos detalles por Alexander Dugin “Liberalismo. Metafísica, Historia, Metamorfosis, Fin”. https://paideuma.tv/video/liberalizm-metafizika-istorial-metamorfozy-kon...
[4] Se está construyendo un "centro de la fe" en Berlín donde se incluirán una iglesia cristiana, una mezquita y una sinagoga. https://katehon.com/ru/news/v-berline-postroyat-centr-very-v-kotorom-bud...
[5] El tema de la metafísica del tiempo es descrita muy detalladamente en el curso de Alexander Dugin “Doxa y paradojas del tiempo. Metafísica de la temporalidad” https://paideuma.tv/course/doksy-i-paradoksy-vremeni-metafizika-temporal...