Después de la agitación viene el punto de bifurcación

28.06.2023

La consciencia de los rusos ha sido incapaz de asimilar los acontecimientos ocurridos el 24 de junio de este año y me he dado cuenta que muchos se dedican a decir estribillos como “que esto simplemente no pasó”, “nada de esto fue real” o “fue una farsa”. Tal actitud es una manera de más anestesiar el dolor producido por lo que ha ocurrido en una sociedad que ha perdido todo contacto con el sentido de lo real – especialmente con respecto a los análisis producidos por las ciencias políticas –. Tal actitud puede ser comprensible e incluso aceptable en aquellos que quieren continuar viviendo vidas rutinarias o se encuentran preocupados por acontecimientos sin importancia. Pero resulta bastante inaceptable cuando tales ideas se trasladan al espacio público y son sostenidas por personas que deberían hacer análisis serios, resultando en una actitud bastante patética. Por supuesto, ya se ha superado lo peor de los acontecimientos del 24 de julio, aunque no podemos decir que esto ha acabado: es necesario que las autoridades rusas aclaren lo sucedido y arrojen luz sobre todos los acontecimientos. Antes de que eso suceda, resulta bastante prematuro decir que es lo que ha sucedido, pues los procesos que desencadenaron tales sucesos no han concluido. Un acontecimiento solo tiene sentido cuando se lo ubica en una trama más amplia, antes de eso resulta incomprensible y cualquier análisis resulta falible por ser incapaz de comprender la totalidad. No obstante, todo lo ocurrido el 24 de junio del 2023 no ha sido otra cosa que el primer escenario de una crisis monstruosa que el Estado ruso logró evitar a último momento y a un precio muy alto.

Lo que aconteció fue la manifestación de la pasionaridad en su máxima expresión: este fenómeno se produce cuando el núcleo de un sistema comienza a fallar y la periferia empieza a asumir su lugar. Precisamente ha comenzado a producirse un claro excedente de pasionaridad en ciertos lugares mientras que en otros simplemente ya no existe. Este excedente de energías políticas tendrá que ser resuelto de forma urgente. Para ello, basta echar mano de la teoría sobre las élites de Pareto, especialmente de sus ideas sobre el conflicto entre las élites y las contra-élites: en el momento en que la élite flaquea y ya no posee suficiente fuerza aparecerá una contra-élite que tarde o temprano la derrocará, pues esta última, aunque no tiene el poder, posee todas las cualidades para asumirlo. Por supuesto, el problema de la legalidad y la legitimidad se agudizó a raíz de todo esto. La rebelión radicalizó esta disyuntiva, pero no es la causa de su aparición. Este problema no se ha resuelto aún y sigue presente actualmente, no podemos ignorarlo. Hemos llegado a un punto de inflexión o bifurcación fundamental que plantea dos escenarios: uno bueno y otro catastrófico. El segundo escenario podría convertirse rápidamente en algo terrible.

1. El escenario bueno: se toma una serie de decisiones personales y cruciales dentro de las diferentes instituciones del Estado. Hay quienes han demostrado ser héroes, mientras otros son traidores y cobardes. Putin y Lukashenko han demostrado ser héroes y salvaron a nuestro país del abismo. Sin embargo, todos aquellos que precipitaron estos acontecimientos, que no supieron evitarlos o que fueron incapaces de hacerles frente, deberán ser expulsados de las instituciones rusas inmediatamente. Tal curso de acción restaurará la fe y la confianza en el poder y en el actual gobernante. Todo ello implica asumir las críticas que ha hecho Prigozhin: la sociedad rusa carece en estos momentos de una élite inteligente, valiente, honorable y justa. Es precisamente la ausencia de tal élite la que causó este estallido. La pregunta sigue siendo, ¿por qué las autoridades rusas permiten esto? Putin tiene la capacidad (siempre lo ha tenido) de realizar tales cambios. Necesitamos lo siguiente:

rotación de las élites,

castigo de los cobardes y los traidores,

promoción de quienes han sido leales y valientes,

promoción de una ideología patriótica que asuma la justicia social como uno de sus valores e incorpore a la guerra a toda la población, dejar de lado las relaciones públicas y la propaganda, etc…

Sustituir la realidad por el juego de las relaciones públicas solo llevará a la perdición. Tarde o temprano esta burbuja estallará y el sistema político actual, construido sobre una ficción mediática, colapsará. Otro problema: quienes mienten terminan muchas veces creyéndose sus propias mentiras y cuando eso acontece el final se encuentra muy cerca.

2. El escenario catastrófico: dejar todo como estaba, no cambiar nada, eliminar de los medios de comunicación y la blogosfera todas las entradas que hablaban del 24 de junio y lo que aconteció, criminalizar a los patriotas preocupados por el motín, culpar a Occidente y sus maquinadores de todo lo ocurrido y, finalmente, darle a los liberales el poder e inundar la consciencia con toda clase de tecnicismos sacados de las relaciones públicas o discursos grandilocuentes.

Mi intención no es asustar a nadie, sino que la gente comprenda de forma sobria las consecuencias de sus decisiones o, mejor dicho, la ausencia de las mismas. Precisamente fue esta última actitud la que llevó a todo lo que ocurrió y, en caso de no cambiar nada, sucederá lo mismo, aunque de forma peor y, esta vez, nadie podrá detenerlo. La única solución verdadera es asumir la pasionaridad y el espíritu, convertir a los soldados en verdaderos guerreros: esa es nuestra tarea. ¡Ay de nosotros si extraemos las lecciones equivocadas de esta “clase magistral”! Es necesario que nos recompongamos lo más rápido posible ahora que el enemigo lanza una poderosa segunda oleada en contra de nosotros. La única forma de derrotar la insurgencia de Wagner es convertirnos en lo mismo: necesitamos un ejército de campeones.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

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