EL SUJETO RADICAL EN EL PENSAMIENTO DE ALEXANDER DUGIN

La oscuridad rusa es única,
siendo ella lo único que puede ser consagrado.
La oscuridad rusa es a la vez maternal y profética.
Alexander Dugin, Il Soggeto Radicale, AGA Edizioni
Dugin es conocido por haber articulado una visión única y orgánica de la humanidad que se proyecta hacia el futuro y en la que encontramos elementos tan diversos como el mito griego y el post-nietzscheísmo, las imágenes órficas y la literatura rusa, las visiones apocalípticas, Hegel, los hiperbóreos, Aristóteles, la Ortodoxia, Nicolás de Cusa, Massimo Cacciari, Evola, el chamanismo presocrático, la alquimia, Heidegger y otras influencias. ¿Cómo es que algo semejante es posible? ¿Cómo es posible unir elementos tan dispares para formar un pensamiento, un mito y una forma de contemplación? Además, ¿cómo se puede especular sobre una filosofía del hombre y del cosmos tras el “fin de la filosofía” post-heideggeriana y el hecho de que esta se ha desarticulado en mil corrientes paracientíficas y sectarias como lo son la filosofía de la ciencia, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la sociología, etc.? Aleksander Dugin, en un gesto histórico sin precedentes, propone un retorno a la gran filosofía, es decir, al aspecto más universal de la misma y con la que podemos alcanzar un significado cósmico y perenne: se trata de la filosofía como pensamiento de la totalidad, del origen y como meditación supra-temporal.
Tal cosa únicamente es posible en Rusia y no nos sorprende que sea un ruso el que asuma el reto de contradecir al mismo tiempo tanto el “fin de la historia” en el sentido de sujeción al modelo socioeconómico predominante como también el pseudo-fatalismo de un pensamiento meramente dialéctico, conflictivo y fragmentario que habla de un choque total y permanente de las civilizaciones. De todos modos, intentaremos sintetizar, aunque sea una labor muy difícil, el pensamiento filosófico que expone Dugin en el último libro que ha publicado en italiano y que trata sobre el “sujeto radical”.
En primer lugar, la filosofía de Dugin presupone como punto de partida una “filosofía del Ser”, una opción bastante problemática hoy en día. Dugin intenta responder a este problema en medio de un contexto existencial y social post-nietzscheano. Es por eso que él plantea la necesidad de un “retorno al Ser” que no tiene nada que ver con una visión académica, abstracta e intelectual, como sucede con el neo-heideggerismo de moda, sino “vivido” a partir de la Ortodoxia anterior a Pedro el Grande, acompañado de una recuperación de los mejores elementos del pensamiento cósmico presocrático y alquímico, todo ello aunado a una superación activa de todo ello dentro de un mundo post-nietzscheano.
Si queremos entender este problema, debemos en primer lugar dividir el tiempo en la siguiente triada: tradicional/moderno/posmoderno. Esta triada, que Occidente rechaza de forma miope, es retomada por Dugin con tal de darle un giro ontológico, antropológico y paradigmático que no se limita a un sentido histórico-hermenéutico. Lo “tradicional” es concebido como lo “orgánico”, lo unitario, lo vivo, lo sacral y sacralizador. Lo “moderno” es visto como la progresiva destrucción de la tradición, mientras que lo “postmoderno” sería la destrucción (como fin en sí mismo y autorreferencial) de lo moderno y de sus propios mitos, como los son el progreso, el desarrollo y el humanismo. Lo posmoderno es, en la práctica, el suicidio de lo moderno y la muerte del hombre que sobreviene tras la “muerte de Dios”. El fin del tiempo y del sentido.
Dugin reacciona precisamente en contra de este proceso antropológico a partir del rechazo radical de lo que implica el desplome de esta triada: rechaza cualquier nostalgia hacia las formas y cánones de lo premoderno como elementos que ya no son vivibles o cotidianos; también rechaza la imposición ideológica y estandarización que lleva a cabo lo moderno; finalmente, rechaza lo posmoderno como la anulación y alienación del “no pensamiento”. Es un enfoque totalmente inédito, ya que acepta la lección y el “gran desprecio” u odio de Nietzsche por el “hombre pulga”, es decir “el último hombre”. Pero también presupone la superación de la mitología nietzscheana, excesivamente individualista, solipsista y experimental.
Podemos decir que Dugin es el único heredero coherente y auténtico de la vía filosófica nietzscheana: es el discípulo del gran rechazo, del pensamiento cíclico y el retorno del Ser, pero al mismo tiempo de un Ser no heterónomo, alienante y racionalizador, sino de un Ser mitologizante y resacralizador. Un Ser “difuso”, interior, autónomo, accesible a traves del chamanismo, la alquimia, la teúrgia, la “acción contemplativa” y la sabiduría arquetípica. Uno de los conceptos más fundamentales de su pensamiento esta determinado por la bella imagen geo-filosófica que él toma de Nicolás de Cusa (pero que también encontramos en Leonardo y Athanasius Kirker) que consiste en un triángulo equilátero luminoso que es atravesado por un triángulo equilátero oscuro en una especie de interpenetración recíproca.
Este triángulo luminoso se ha ido reduciendo hasta convertirse en un punto infinitesimal en los albores de la Posmodernidad, mientras que todo lo demás es absorbido por la oscuridad sin forma que antes solo encontrábamos en el triángulo oscuro. Todo ello marca el fin del tiempo, el sentido, el valor y la utilidad. Esta imagen simbólica nos permite comprender el cómo las diferentes facetas de la filosofía del Ser vuelven a acercarse y asemejarse hasta que se convierten en ese punto luminoso que hoy es casi invisible al interior de la “oscuridad y el desierto espiritual” moderno, siendo esta última tan espesa que nadie consigue penetrarla.
Dugin retoma la idea greco-rusa del holos, es decir, de totalidad o vida, en la que vemos que se abre una muy delgada, pero cada vez más visible, grieta que indica el resurgimiento de lo premoderno (los mitos, el inconsciente, los arquetipos, las energías orgánicas). No obstante, también lo posmoderno intenta manipular e instrumentalizar el resurgimiento de lo premoderno con tal de debilitarlo, parasitarlo o parodiarlo.
Ahora bien, Dugin recupera el sentido trágico, dramático y teatral de la vida en todo su esplendor. El epos, el arte, la contemplación y la filosofía vuelven a ser una sola cosa como sucedía en la época de Heráclito, Anaxímenes y Empédocles. La filosofía de Dugin deja de lado la abstracción y el individualismo existencialista, así como el racionalismo tecnocrático y el cientifismo, con tal de recuperar y reformular el significado doble de la esencia, algo que va en contra de las ideas de Ockham y el nominalismo.
Tales ideas las podemos encontrar en la metafísica escolástica que no concibe al hombre como una mónada solitaria, sino como una unidad orgánica compuesta por el alma y el cuerpo. Dugin convierte esta duplicidad en una visión tripartita a partir de las ideas espirituales del apóstol San Pablo. Este cosmos tripartito se convierte en un organismo vivo o en una obra alquímica que esta entrelazada con el hombre. La lectura de El sujeto radical casi se parece a la realización de una operación mágica o a un viaje a través de un laberinto, una especie de camino iniciático que atraviesa grandes y vastos paisajes e imágenes como si se tratara de parábolas narrativas que buscan una transvaloración performativa del lenguaje y la conciencia. La primera parte del libro se concentra en una descripción de lo posmoderno como una realidad antropológica y ontológico, una especie de muro de caucho el cual ha diluido y sepultado tanto el espíritu de los individuos como el de los pueblos y las culturas.
La segunda parte del libro aborda los falsos mitos posmodernos como fenómenos de “magia social”, considerándolos espacios mentales y “campos de fuerza”. La tercera parte analiza la dinámica de los arquetipos (según Gilbert Durant) y de acuerdo a la experiencia rusa de los mismos, aunque este análisis tiene un cierto alcance universal. El libro gira alrededor del concepto del “sujeto radical” como “autorrevelación”, considerándolo algo más que un simple concepto y llevando esta idea al límite con tal de explicar esta gran paradoja opuesta, en todas las formas posibles, a la “gran parodia” posmoderna basada en un paradigma ontológico-evolutivo.
El “sujeto radical” es una especie de Atlas, es decir, de titán condenado a sostener el mundo. No obstante, ya no es el Atlas que carga el peso del mundo sobre sus brazos, sino que únicamente sostiene fragmentos de luz cada vez más pequeños y que ahora se reúsa a seguir cargando. Ahora mismo Atlas tiene sus brazos cruzados y vive solo en medio de la oscuridad. Se encuentra en estas tinieblas una especie de oscuridad diurna donde el recuerdo de lo que era la luz se desvanece ante la indiferencia de todos. Este proceso se asemeja a la etimología del término sustancia, sub-stantia, es decir, lo que sostiene desde abajo las cosas, siendo esta la raíz profunda del ser humano entendido como núcleo indivisible e individuado. Y es precisamente aquí donde llegamos a la unidad abisal primordial antes de que el objeto (ob-jectum) y el sujeto (sub-jectum) se dividieran. Se trata de un concepto muy similar al de individuo absoluto usado por Evola.
El sujeto radical sería una vía heroica, vertical y chamánica que permite un acceso total e inmediato a la realidad trascendente y a la metafísica, pero “desde dentro” y “hacia adentro”. Es a través del sujeto radical (“radical” hace referencia a ir a la “raíz” de las cosas y no a “extremismo”) que Dugin busca superar el pensamiento de Nietzsche como gran paradoja surgida de un humanismo extremo que rechaza lo “humano, demasiado humano” y que pretende ir más allá de él.
El sujeto radical toma la forma del “gran desprecio” de Zaratustra como realidad concreta y a la vez paradójica. Se puede decir que se trata de una opción extrema simplemente porque permanece oculta a la dimensión espiritual de la humanidad. Una realidad enraizada, pero al mismo tiempo vertical, que llega al punto de trascender los “múltiples estados del ser” guenonianos y accede a una relación activa, experimental y heroica que se comunica con lo sagrado y lo trascendente, siendo el único rastro de sacralidad en un mundo totalmente desacralizado.
Dugin es el primer filosofo que va más allá de Nietzsche y de Evola, siendo esta perspectiva revolucionaria una constante de su tradicionalismo: al mismo tiempo que niega el retorno al pasado se sumerge en la lógica del Aion apocalíptico presente. Es un intento de asumir la dimensión, o el estasis, que implica semejante proceso que se parece al de rebobinar el rollo de una película, solo que esta vez se trata del rebobinar al tiempo mismo. El sujeto radical es una especie de nuevo tiempo, latente o saturado, que habita dentro del “no tiempo” posmoderno. Este “sujeto” no debe ser entendido como algo personalista o individualista, sino como algo irreductible que lleva en su interior la “autosacralización” de la realidad como catástrofe individual.
El sujeto radical aparece cuando la kenosis del Hombre llega a su clímax y el abismo se abre ante él como resultado de la muerte de Dios. Todo esto es muy parecido a la kenosis de Cristo como Hijo de Dios que atravesó por la Encarnación hasta llegar a la Cruz. El sujeto radical sería el punto omega que vendría después de la expulsión del Paraíso terrenal como punto alfa. Así que se plantea una vuelta al centro, a un centro que hoy es casi invisible, pero que existe y es pensable o habitable. Es el centro oculto y deformado del Ser que sigue existiendo a pesar de todo. Hasta en estas metáforas el pensamiento de Dugin se asemeja a los griegos, siendo muy arcaico, alquímico y chamánico.
Dugin, al igual que los antiguos griegos, considera que lo “último” es lo más interesante, decisivo y resolutivo. Su filosofía puede ser definida como una “filosofía del tiempo y del fin”, una especie de “¿hasta cuándo?” que se pregunta sobre el Ser y que parece una pro-vocación dirigida hacia él. Dugin sería el filósofo del eskaton y del fuego, el mayeuta de un nuevo eón. Muchas almas lo ven y encuentran en su discurso una perspectiva y un lugar sin igual. Una de los elementos más evocadores y eficaces de su pensamiento tienen que ver con el uso de imágenes para transvalorar la oscuridad y la noche con tal de pasar de la noche ártica a la noche rusa. O de la oscuridad de los mitos griegos, pelágicos y órficos a la noche bíblica y a la liturgia ortodoxa o a las citas de la cábala hebrea. Es así como Dugin lleva a cabo una verdadera “iniciación” nocturna que ataca la esterilidad de la “noche diurna”, inconsciente y pasiva que la Posmodernidad ha instaurado para volver a una noche maternal y fértil donde domine el mito.
Se tata de ganar la “batalla por el sentido” desde adentro y en el corazón mismo del campo de batalla donde hoy domina la nada. Es una especie de teología juvenil y negativa en la medida en que asume la noche en su totalidad como plenitud significativa que todavía conserva cierta conciencia sobre la luz. La imagen-signo que resume este viaje sapiencial sería el “sol de la medianoche” como “doble” cósmico del sujeto radical, siendo este una referencia especular y no una simple alegoría del mismo. Esta imagen la encontramos en la alquimia (en el splendor solis del siglo XVI) y en el “sol negro” especular de Giorgio de Chirico.
Dugin ha sido el único capaz de articular una filosofía total, en tanto que teoría y fenomenología, después del cierre de la misma con Hegel y Evola. La aparición del sujeto radical produce de iure nuevos escenarios y caminos, más o menos como un alquimista transforma radicalmente la materia vil y tosca al captar su esencia profunda por medio de una conjunción que une la materia con la estructura y el espíritu. Es así como se llega a catalizar y provocar reacciones en las cosas. Este Homo Novissumus, el sujeto radical, liberado de las virutas ideológicas de la Modernidad y del actual suicidio posmoderno, se encuentra abierto internamente a lo trascendente y a lo metafísico por medio de una vía operativa, teúrgica, chamánica y “heroico-mitogónica”.
Seria un nuevo tiempo de “espera presente” que mata y rechaza el kronos como simple entretenimiento y manipulación para considerarlo un flujo salvaje y primordial que lleva al futuro desde el presente (Parusía). Uno de los ejemplos más fascinantes que nos proporciona Dugin, y que nos revela su habilidad para entender los arquetipos, se encuentra en su comprensión de Rusia como epifanía del arquetipo “tierra” y de la tierra como arquetipo o principio activo y sutil. Aquí apreciamos la capacidad de Dugin de transformar lo particular en lo universal y de ver lo infinito en lo finito. Este escritor ruso, de un modo coherente y sensible, intenta retomar el pensamiento cósmico presocrático de Jenófanes que identifica la Tierra como matriz del cosmos al plantear que el agua procede de la Tierra, el aire del agua y el fuego del aire.
Esta visión es al mismo tiempo platónica y plotiniana, ya que considera que el cuerpo se encuentra envuelto por el alma y que a su vez esta se encuentra envuelta por el Espíritu, como sucede con los husos de las ocho sirenas celestiales de las cuales habla Platón en el décimo libro de la República. Rusia se convierte así en una categoría universal, una dimensión espiritual, precisamente por asumir este unicum específico, siendo todo esto una reformulación metafísica y ontológica de los arquetipos geopolíticos de Carl Schmitt. Esto demuestra que solo en el mito y a través del mito puede renacer la filosofía, ya que implica la desaparición total de la ideología. El sujeto radical es un nuevo mito que tiene todos las características de los mitos griegos más antiguos: no tiene rostro y casi no tiene historia, salvo una subliminal y aproximada, como sucedía con Némesis y Ananke. Sin embargo, como sucede con todos los grandes mitos, tiene una dimensión performativa y activa, aunque esto lo realice en silencio, de forma implícita e indirecta. El sujeto radical muestra en sí mismo la brillantez del Logos y del Epos que habita todos los grandes y verdaderos mitos. No se trata de una idea “arqueo-moderna”, ya que Dugin rechaza esta categoría híbrida y transitoria, en la que reconoce mucho de la obra de Putin, ¡sobre todo en su política interna!
Dugin debe ser leído con cuidado, debido a que su pensamiento parece ser tetragonal, irreductible y reacio a cualquier categorización, ¡algo que es muy importante tanto para él como para quienes quieren conocerlo mejor!
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera