El verdadero inicio de Año Nuevo es la Navidad

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
No cabe la menor duda de que la festividad de Año Nuevo es uno de los rituales más complejos y antiguos que existen en el mundo. Normalmente, el Año Nuevo coincide con los solsticios y equinoccios, pero de vez en cuando las fechas varían dependiendo del año, por lo que esta celebración se mueve a otras fechas. No obstante, la idea central de todas estas celebraciones es la misma: marcar el fin de lo viejo y el inicio de algo más, es decir, el Comienzo de lo Nuevo. Es interesante que en el hemisferio norte este Comienzo de lo Nuevo se corresponda precisamente con el solsticio de invierno, que es el día más corto de todo el ciclo natural: a partir de esta fecha las noches comienzan a acortarse y los días comienzan a crecer.
En la víspera de Año Nuevo pareciera que una fuerza desconocida agarrara el sol y este recuperar su brillo. Bajo la influencia del poder mágico del Año Nuevo – la fiesta de Kolovrat (1) o Karachun como la denominaban los antiguos eslavos – el sol comienza a crecer durante el medio año siguiente hasta alcanzar el otro extremo de su trayectoria, es decir, el solsticio de verano, y entonces empieza a agotarse y caer nuevamente. Todas las cosas terminan por converger: la muerte, el nacimiento, la resurrección, la transfiguración y el misterio de la vida. El tiempo se entrelaza con la Eternidad y el hombre se reúne con Dios.
El Año Nuevo es la fiesta que da la bienvenida al Nuevo Comienzo. Los antiguos romanos simbolizaban esto con el dios Jano, la deidad de los umbrales y las puertas que tiene dos caras (de hecho, Jano es la raíz del nombre del mes de enero) una de las cuales mira hacia el pasado y la otra mira hacia futuro. Sin embargo, existe la leyenda de que Jano tiene una tercera cara – secreta – que mira a la Eternidad.
Los pueblos germánicos llamaban al Año Nuevo el Gran Jul y lo consideraban el momento más sagrado del año. De ahí que realizaran ritos solemnes para darle la bienvenida. Los antiguos egipcios solían añadir cinco días a los 360 días del año con tal de que estos coincidieran con los últimos días del invierno. Se consideraban que estos días eran las fechas en que cumplían años los principales dioses del antiguo panteón egipcio, la gran péntada. Este simbolismo era representado por la palma de la mano y se encuentra en muchos gravados antiguos, incluidas las pinturas rupestres más primitivas, haciendo referencia a un proceso de transición. Todos los pueblos celebran procesiones religiosas especiales y es común ver que la gente recibe el sacramento del Año Nuevo porque se consideran a sí mismos como parientes del sol, del año y la luz: es por eso que se unen al sol y a la luz en el momento en que estas parecen desvanecerse con tal de darles aliento para que vuelvan surgir.
Si lo observamos desde este punto de vista, resulta irrelevante que el solsticio de invierno fuera la celebración por excelencia del misterio de Jano, Mitra, el Jul o el fin del año civil. El significado profundo de esta fiesta es el mismo. Los cristianos no tienen por qué mirar hacia otro lado, pues nuestra propia fiesta no sólo tiene significados parecidos a los del Año Nuevo pagano, sino que eleva este significado hacia un horizonte mucho más trascendental: la Navidad. Podemos decir que la Navidad marca el paso de lo viejo a lo nuevo, del Antiguo Testamento al Evangelio, del primer Adán al nuevo Adán que no es otro que el Dios-hombre Jesucristo. Dios y la humanidad terminan por unirse con el nacimiento del Niño Dios que es concebido por la Virgen Inmaculada en una cueva en medio de la medianoche del cosmos. La Natividad de Cristo sucedió precisamente durante el solsticio de invierno.
Los servicios eclesiásticos, los tropariones, las costumbres religiosas y el folclor que acompañan a la Navidad y las fechas que la suceden, donde se cantan villancicos y se celebra el Año Nuevo acompañado de pieles de animales, máscaras y juegos campesinos representan una serie de simbolismos que describen los acontecimientos de la historia sagrada. Este simbolismo también lo encontramos en los tres sabios venidos de Persia que siguen una estrella que los lleva a pasar de la veneración del fuego a la adoración de la Luz eterna no corpórea. La teología del Dios-hombre que nace de la Virgen María – este “misterio desconocido por los ángeles” – gira alrededor de esta santa noche bendita.
El abeto es el árbol de la vida y sus agujas simbolizan el florecimiento y el verdor incluso en pleno invierno. Los juguetes, los globos y las guirnaldas de las lámparas (anteriormente se usaban velas) representan la luz que existe tanto en los mundos superiores como inferiores. Los zuecos en los que se colocan los regalos bajo el árbol se usan para simbolizar que hemos llegado al extremo más bajo. Y de repente, ya no encontramos los pares de nuestros zapatos y calcetines, debido a que uno de ellos se quedó en el año pasado. Los regalos que recibimos vienen del futuro. Algunos afirman que estos ritos son muy recientes, pero se trata de una serie de tradiciones que fueron restauradas por los románticos que habían estudiado con mucho amor el pasado. Es más, los toboganes repiten el ciclo del sol: primero los subimos (verano) y luego los bajamos (invierno). Es por eso que para deslizarnos por un tobogán debemos tener un conocimiento profundo de las cosas.
Los niños tienen una misión importante durante las fiestas de invierno: son la encarnación del futuro inminente. Los ancianos simbolizan el pasado y también cumplen un rol importante dentro de la estructura de la fiesta. Pero esto no se limita solamente a los ancianos, sino también a los difuntos que son recordados y vuelven a la vida gracias a quienes todavía no se han unido a sus filas. Si no tenemos antepasados, entonces no tenemos futuro: esto nos lo recuerda el Año Nuevo. La historia sagrada no puede ser reducida a una sola dimensión, ya que la profundidad histórica del pasado y la inminente llegada del futuro se encuentran entrelazadas.
El hombre moderno ha eliminado por completo todos los misterios y no hace sino consumir ensalada, vodka, ver repetitivamente las viejas películas soviéticas o explotar fuegos artificiales chinos que asustan a los perros… Aun así, el deseo de los hombres de llevar a cabo un ritual es más fuertes que la ausencia del mismo hasta el punto de que este se convierte en una “ironía del destino” …
Los cristianos esperamos la Navidad, pues para nosotros el solsticio de invierno cósmico, el comienzo del nuevo año civil y el día de Navidad tienen el mismo significado. La Navidad es la máxima expresión de lo auténticamente nuevo, la culminación espiritual de todas nuestras expectativas y el cumplimiento de las mismas. Pero es bueno diferenciar las cosas: la Navidad ortodoxa y la cultura popular rusa (así como las costumbres de otros pueblos cristianos) son la expresión más completa, perfecta y absoluta del Año Nuevo. No puede existir algo más allá de este horizonte, pues aquello que se presente como algo nuevo de por sí no es más que un atavismo, un rito artificial o un simulacro; nuestra celebración de la Natividad es el verdadero sacramento. Celebrar la noche de Navidad en una Iglesia – preferiblemente en una pequeña ciudad de provincias o, aún mejor, en un pueblo o monasterio – es ingresar dentro de este territorio sagrado. Y si escuchamos atentamente las palabras de las oraciones y los himnos, del Evangelio y las lecturas, seremos capaces de convertimos en copartícipes de esta transición, renovación y transformación del mundo.
Celebrar el Año Nuevo una semana antes de Navidad no es un buen signo. Al fin y al cabo, si leemos con cuidado los textos sagrados se dice que el Anticristo vendrá “antes de Cristo”, es el ante-Christus, el que viene demasiado pronto. Resulta una ofensa grave romper el ayuno antes de que este haya acabado. Todo a su debido tiempo.
Por lo tanto, si de verdad queremos recuperar la dimensión sagrada del tiempo, entonces deberíamos celebrar el Año Nuevo según la fecha que plantea nuestro calendario nacional: el 7 de enero.
Notas:
1. El kolovrat es un símbolo de la mitología eslava dedicado al dios del sol Svarog​, también era denominado como swastika o swarzyca. En la Edad Media, el uso del kolovrat para la decoración de cerámica era muy frecuente en las regiones eslavas. Las primeras apariciones de este símbolo son en artefactos eslavos en la región del Danubio inferior, en las actuales Valaquia y Moldavia, donde los eslavos estaban en contacto con los pueblos sármatas. Para los antiguos eslavos, el kolovrat (literalmente, «rueda giratoria», de kolo, «rueda» y vrat, «girar»), también conocido como «la rueda de Svarog» era un símbolo mágico que representaba el poder del sol y del fuego. Se utilizaba a menudo a modo de ornamento para decorar utensilios rituales y urnas funerarias con las cenizas de los difuntos. A comienzos del Renacimiento, el kolovrat dejó de utilizarse como ornamento de diversos utensilios, pero fue un motivo frecuente en los huevos de Pascua y sigue presente como elemento folclórico de las culturas eslavas.