La Operación Militar Especial y los cambios producidos en el Orden Internacional

A veces resulta necesario llamar a las cosas por su nombre, pues lo que no se dice o expresa ambiguamente termina provocando malentendidos y oscuridades que diluyen y disipan la verdad. Las palabras y discursos dejan de tener sentido una vez que nos alejamos de los acontecimientos del presente. Al fin y al cabo, nadie cree que las cosas se resuelvan con el colapso de la realidad tal y como la vivimos hoy. No obstante, estamos llegando al momento en que todo comenzará a clarificarse: el ataque terrorista al puente de Crimea es otra línea roja que se ha cruzado. Las únicas alternativas que nos quedan son aceptar la verdad – por muy difícil que esta sea – y seguir el camino de la salvación y la Victoria o… Bueno, sin ánimo de asustar a nadie, creo que todos aquí son lo suficientemente maduros y conscientes para saber lo que sucederá en caso contrario.

Por un lado, existe el derecho internacional y, por el otro, la geopolítica. El derecho internacional describe las cosas como deberían ser, mientras que la geopolítica describe las cosas como realmente son. Entre el “ser” y la “apariencia” existe un abismo. Rusia sufrió en 1991, desde un punto de vista geopolítico, una terrible derrota en la batalla entre la Tierra y el Mar. Nuestro país se rindió, alzó la bandera de la paz y pusimos a Yeltsin en el poder (el Centro Yeltsin que actualmente se encuentra en el centro de Moscú conmemora esta derrota y traición hacia nuestra misión histórica). Nuestro espíritu de concesión fue tal que incluso aceptamos la “verdad” de nuestros enemigos, copiando acríticamente los valores, normas, reglas, parlamentarismo, democracia liberal, individualismo, hedonismo, comodidad y sistema de mercado occidental como si fuera algo que pudiera ser asimilado por nosotros. La actual Federación de Rusia nació desde un principio como un vasallo al servicio de Occidente y por esa razón Moscú reconoció en su momento la independencia de todas las repúblicas que hacían parte de su territorio. Tales repúblicas exsoviéticas dejaron de depender de Rusia y pasaron a convertirse en vasallos de Occidente. La Tierra fue inundada por el Mar, esa es la ley de la geopolítica. Las tres repúblicas exsoviéticas del Báltico rápidamente fueron asimiladas por la OTAN y poco después le siguieron muchas otras. En el plano del derecho internacional semejante realidad fue reconocida por la Federación de Rusia al aceptar la separación de gran parte de sus antiguos territorios. El derecho internacional no es más que un reconocimiento en el plano discursivo de algo mucho más fundamental: la Tierra fue derrotada y se vio obligada a reconocer la voluntad victoriosa del Mar. Posteriormente nos vimos obligados a aceptar la independencia de los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) debido a la “coerción” que ejerció sobre nosotros Occidente, causando nuevamente una disminución de nuestra zona de influencia geopolítica. Sin embargo, la “coerción” no se detuvo ahí y nuestros socios occidentales buscaron que también reconociéramos la independencia de Chechenia, el Cáucaso Norte, el Volga, los Urales, Siberia y, finalmente, el Lejano Oriente. Nos decían que debíamos “renunciar a toda la soberanía que tuviéramos”.

No obstante, fue el mismo Yeltsin el que a finales de 1993 se dio cuenta de que no podía seguir “cediendo” y que debíamos tomar otro rumbo: fue así como comenzó la horrible, vergonzosa y terrible Primera Guerra de Chechenia… En ese momento parecía como que algo dentro de Rusia se resistía a ser destruido por el Mar. Los liberales rusos rápidamente tomaron partido por los separatistas, actuando como los funcionarios al servicio de una administración colonial subyugada geopolíticamente por la fuerza. La Federación de Rusia había sido concebida como una entidad colonial que no podía reclamarse soberana y que debía perder los últimos restos de la misma. Mientras tanto, el espacio postsoviético fue lentamente absorbido por la OTAN siguiendo los planes de los estrategas occidentales. La quinta columna liberal de Rusia gobernaba Moscú en ese entonces e hizo todo lo posible por facilitar tal proceso, llegando a sabotear por todos los medios posibles la Primera Guerra de Chechenia y firmando los acuerdos de Khasavyurt (1). Todo esto llevó a la consolidación de los oligarcas que venían del entorno de Yeltsin y provocó la pérdida de confianza del pueblo ruso en los mismos y su capacidad de gobernar nuestro país (el régimen de los siete banqueros) (2). El general Lebed fue el primer militar ruso de alto rango que traicionó nuestro Estado y pasó a convertirse en un agente al servicio de nuestros enemigos. Fue precisamente a finales de 1990 que los wahabíes – controlados por Occidente – lanzaron ataques terroristas contra Moscú y Daguestán, bombardeando casas, realizando sabotajes internos e invasiones a nuestro territorio. Se esperaba que esto llevara a la desintegración de Rusia, causando que la situación alcanzara un punto crítico muy parecido al actual. Aunque hoy estamos ad portas de algo mucho peor.

Ahora bien, en ese momento llegó Putin al poder y se produjo un giro radical en los acontecimientos, especialmente desde un punto de vista geopolítico. La Tierra se negó a desintegrarse ante la avanzada del Mar y comenzó a luchar desesperadamente por restaurar su soberanía. Fue entonces cuando comenzó la Segunda Guerra de Chechenia y se alcanzó una muy difícil, pero alegre victoria. Kadirov llegó al poder y restableció la alianza con Rusia. De esa manera la Tierra de Eurasia, el Hearthland, consiguió superar los embates del Mar. Putin llevó a cabo la venganza geopolítica de la Tierra y asumió ese principio como su sagrada misión: Eurasia pasó a convertirse nuevamente en un sujeto y rechazó a los liberales que querían convertirnos en un objeto. No obstante, desde el punto de vista del derecho internacional, cuando Rusia se encontraba de rodillas, ya nos habíamos visto forzados a reconocer la independencia de los países de la CEI y la OTAN usó su poder militar para recordárnoslo. Putin comenzó a cuestionar teóricamente este equilibrio geopolítico en el espacio postsoviético en su discurso de Múnich en el 2007 y posteriormente en la práctica con las intervenciones rusas en Osetia del Sur y Abjasia en el 2008. Este fortalecimiento de nuestra soberanía nos llevó a realizar varias intervenciones en nuestros antiguos territorios y la geopolítica suplantó al derecho internacional.

El estallido del Maidan, la reunificación de Rusia con Crimea y el levantamiento del Donbass hacen parte de esta lucha entre el Mar y la Tierra: Kiev y el Maidan tomaron partido por el Mar mientras que Crimea y el Donbass tomaron partido por la Tierra. Todos estos movimientos llevaron a una reconfiguración, sin importar como lo expliquemos, del derecho internacional por medio de la geopolítica. El mismo derecho internacional declara de forma ambigua que reconoce la integridad territorial de los Estados nacionales y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. En la práctica, tales disputas se resuelven en la lucha entre la Tierra y el Mar. La Tierra dice que Osetia del Sur y Abjasia son independientes y que Crimea, la RPL, la RPD, Jerson y Zaporiyia hacen parte de nuestro territorio. El Mar, por el contrario, niega la existencia de Yugoslavia y reconoce la “independencia” de Kosovo. El derecho internacional solo es un discurso usado para justificar una realidad geopolítica mediada por la fuerza. La geopolítica es la verdad desnuda, la infraestructura, mientras que el derecho internacional es una superestructura que se construye a partir de ella.

El inicio de la Operación Militar Espacial es otro intento de la Tierra de cambiar el equilibrio geopolítico mundial y recuperar el poder que habíamos perdido a lo largo de estos años. El comportamiento de Moscú durante el gobierno de Putin y el intento de la Tierra de recuperar su soberanía perdida niegan en la practica el derecho internacional construido a partir de las fronteras de los Estados nacionales postsoviéticos. La Rusia de Yeltsin era una colonia, en cambio, la Rusia de Putin es un Estado independiente y soberano. No obstante, desde un punto de vista formal sigue existiendo el Centro Yeltsin y Moscú todavía reconoce la existencia del “Estado-nación” ucraniano. Además, siguen existiendo muchos liberales en puestos de poder dentro de Rusia que se debaten entre la traición y la lealtad. Tales ambigüedades se notaron muchísimo en el 2014 cuando Moscú decidió conformarse únicamente con Crimea y abandonar los movimientos separatistas del Este de Ucrania. Esto es obvio ahora, pero en su momento las críticas que se hicieron a tales movimientos políticos fueron descartadas por la supuesta existencia de un “plan astuto”. El “plan astuto” resultó no existir y la guerra siempre fue la única alternativa real. Los responsables de prolongar semejante sufrimiento fueron una vez más el Centro Yeltsin, el apego de los funcionarios liberales a la década de 1990, Occidente, el globalismo y el Mar. Fue un error fatal y ahora nos encontramos en el mismo punto de partida, pero en una posición mucho peor. Las críticas que en su momento hicimos a tales decisiones pudieron haber sido refutadas por la Operación Militar Especial, pero esta última ha sido incapaz de lograr lo que se esperaba, por lo que finalmente teníamos razón.

Geopolíticamente hablando, Rusia no puede permitir la existencia de una Ucrania que sirva como portaviones de la OTAN, el Mar y Occidente a nuestras puertas. Todos los pensadores geopolíticos occidentales – desde el mismísimo fundador de esta disciplina Halford Mackinder (comisionado de la Entente a cargo del separatismo ucraniano) hasta Zbigniew Brzezinski – y euroasiáticos han entendido esto muy bien. Rusia será un país vasallo mientras Ucrania sea independiente, pero en caso de que dominemos Ucrania (o al menos Novorrusia) nos convertiremos en un Imperio. Tal es la ley de la geopolítica. Mackinder y Brzezinski aconsejaban que Occidente debía a toda costa apoyar la independencia de Ucrania frente a Rusia. En cambio, los geopolíticos eurasiáticos llegaron a la conclusión contraria: Ucrania y Rusia (así como varias otras zonas de la Gran Rusia y el espacio postsoviético) deben volver a ser dominadas por Rusia o convertirse en actores neutrales, evitando cualquier intento de que sean ocupados o dominados por las potencias marítimas. El derecho internacional no tiene nada que decir frente a esto, pues Rusia no puede permitir la existencia de ningún Estado antirruso en sus fronteras. En otras palabras, el reconocimiento de la derrota de Rusia frente a Occidente, consignado en el Acuerdo de Belovezh (3), donde aceptamos ser una entidad débil y colonial, solo permanecerá vigente mientras no estemos dispuestos a recuperar nuestra soberanía. Lo mismo sucederá cuando debamos poner en entredicho muchos otros tratados. La Operación Militar Especial es precisamente un cuestionamiento geopolítico de los tratados internacionales, diplomáticos y económicos que antes habíamos firmado. Solo la victoria, lograda en diferentes frentes y niveles, importará de ahora en adelante.

La Operación Militar Espacial es el primer intento real de Rusia de llevar a cabo una transformación a gran escala de la realidad geopolítica nacida del final de la Guerra Fría. Esto significa que Rusia ha decidido – decisión que hemos tomado hace poco y que tendrá repercusiones en el futuro – cambiar el orden mundial unipolar y entrar directamente en conflicto con la civilización talasocrática anglosajona. Para Moscú se trata de una batalla en la que se juega nuestra vida y de la que dependerá si nos convertimos nuevamente en vasallos o volvemos a ser un Imperio: mucho se encuentra en juego ahora. El Mar, por su lado, no tiene mucho que perder en caso de que Ucrania caiga bajo nuestro avance; Occidente tiene muchos medios para seguir sofocándonos, como imponernos nuevas sanciones y restricciones comerciales o tecnológicas. Sin embargo, la Operación Militar Espacial es una apuesta de nuestra parte por cambiarlo todo. No necesitamos explicarle a los demás las razones por las cuales iniciamos semejante operativo justificándola como misión humanitaria. Tales palabras son simple retórica que no tiene nada que ver con nuestro deseo de restaurar la soberanía real de la civilización eurasiática. Estamos jugándonos el todo por el todo y por eso debemos emplear cualquier medio a nuestro alcance para lograrlo. Es imperativo reconstruir nuestra sociedad desde una perspectiva eurasiática y patriótica, especialmente las estructuras políticas en las cuales se han acumulado toda clase de problemas durante nuestra anterior época semicolonial que van desde el sabotaje descarado hasta la promoción de figuras ineptas en puestos clave, la marginación de elementos buenos, la deliberada suplantación de la política por la tecnocracia y la corrupción descontrolada legalizada por el capitalismo del “Centro Yeltsin”. Tales sabotajes deliberados los podemos observar cotidianamente en el sistema de pagos Voertonga o en los llamados a la movilización parcial entre otros casos más.

El principal preocupación que tenemos actualmente es el desperdicio de nuestro potencial energético, aunque la raíz de los problemas de nuestra sociedad los podemos encontrar en la ausencia de una ideología y la promoción de un estilo de vida cómodo y decadente que nos fue impuesto tras la derrota y capitulación de la década de 1990. Estamos cosechando los frutos de la colonización mental que hemos sufrido a lo largo de todos estos años. Afortunadamente Putin ha decidido ponerle fin a este estado de cosas, pero ¿exactamente contra quién ira dirigida tal purga? Esta no solo debe acabar con los agentes de influencia extranjeros, sino también con todos los detritos que han producido todos estos años de inacción, como los burócratas mimados, corruptos, cínicos, incompetentes o mentalmente lisiados (aunque se han encargado de engordar bastante bien) que la degenerada élite de la década de 1990 nos dejó como herencia. Estos funcionarios públicos son muy parecidos a los boyardos del Tiempo de los Problemas (4), dispuestos a servir tanto a Shuiski como al falso príncipe Dimitri o a las polacos y suecos. Tales detritos impiden que Rusia pueda alcanzar la victoria frente a un enemigo monstruoso, bien equipado técnicamente y convencido de su superioridad… Tal enemigo, por supuesto, no son las hordas de eslavos zombificados ucranianos y de otras partes que actúan como escudos humanos en esta guerra, sino Occidente, la civilización del Mar y la élite globalista que intenta expandir su dominio sobre el planeta con tal de imponer el reino de Satanás. La filosofía y la cultura occidentales, cargadas de posthumanismo e ideología de género, son un verdadero canto de alabanza al infierno.

Ha llegado la hora de que se produzca un cambio rápido y total de nuestras estructuras. Es el momento en que el discurso de “queridos rusos” sea sustituido por las palabras “hermanos y hermanas” de nuestro pueblo. Es hora de decir “todo por el frente y hasta la victoria” y dejemos por fin de lado el patético balbuceo de los funcionarios públicos que intentan hacer combinaciones imposibles, promocionando al mismo tiempo la guerra santa y respetando el derecho internacional, clamando por la muerte y no por la vida. Si queremos vencer en Ucrania primero debemos combatir dentro de Rusia. La época de las medias tintas y los compromisos ha terminado, pues esta guerra puede convertirse en la última.

 

Notas del traductor:

 

1. Los Acuerdos de Khasavyurt fueron una serie de pactos que pusieron fin a la Primera Guerra de Chechenia. Fueron firmados en Khasavyurt, Daguestán, el 30 de agosto de 1996 entre Alexander Lebed y Aslan Maskhadov.

2. Semibankirschina, o siete banqueros, fue un grupo de siete poderosos oligarcas y empresarios rusos que desempeñaron un importante papel en la vida política y económica de Rusia entre 1996 y el año 2000. A pesar de sus conflictos internos, este grupo colaboró en la reelección del presidente Boris Yeltsin en 1996 y, a partir de entonces, consiguieron manipularlo a él y su entorno político entre bastidores.

3. El Acuerdo de Belavezha (Belovezha) fue un acuerdo internacional firmado el 8 de diciembre de 1991 por los presidentes de la RSFS de Rusia, RSS de Ucrania y RSS de Bielorrusia (Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich respectivamente) en la reserva natural (en la parte bielorrusa) de Belavézhskaya Pushcha.​ Estos acuerdos declaran la disolución de la URSS y establecen en su lugar la Comunidad de Estados Independientes (CEI).

4. El Período Tumultuoso o la Época de la Inestabilidad, también llamado Época de las Revueltas, Era de los desórdenes ​ o Tiempos Turbios fue un periodo de la historia de Rusia que comprende el interregno entre la muerte del zar ruso Teodoro I Ivánnovich de la dinastía ruríkida en 1598 y el establecimiento de la dinastía Románov en 1613. Es uno de los períodos más oscuros de la historia rusa, pero a la vez uno de los más importantes.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera