Nick Land y la Ilustración Oscura

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Nick Land es un filósofo británico nacido en 1962 y es conocido por haber inventado la corriente filosófica de la Ilustración Oscura a finales de la década de 1990, justo en el momento en que se producía la crisis de las ideologías, además de ser el creador del concepto de aceleracionismo. No obstante, su pensamiento es poco conocido en Italia y en los países de la Europa mediterránea. De hecho, solo existen dos libros de Land traducidos al italiano. El primero son sus Escritos de 1987-1994, que apareció por primera vez en Luiss University Press, y la Ilustración Oscura, que fue traducido y editado por Gog Edizioni. Nuestro objetivo es analizar algunos aspectos de esta última obra y de las teorías innovadoras de Nick Land, las cuales pueden ser útiles para entender nuestra actualidad.
La Ilustración Oscura (The Dark Enlightenment en inglés)es un texto que fue publicado en el 2013 y que consiste en una recopilación de “entradas” que aparecieron en varios blogs de internet frecuentados por los representantes de la “derecha alternativa” o Alt-Right. Este libro ha sido definido muy menudo por quienes lo reseñan, ya sea conscientemente o no, por buena o mala fe o por estar dominados por la corrección política (algo en lo que incurren igualmente los editores de Gog), como una de las fuentes de inspiración del supremacismo blanco, una apología de la eugenesia o un compendio de pensamientos irracionales, agresivos, anti-igualitarios y anti-científicos. Sin embargo, nos limitaremos aquí a analizar fragmentos del texto de Land con tal de comprender objetivamente su pensamiento y lo que nos puede ser útil en medio de esta época de disolución.
Primero, debemos decir que Land es bastante crítico con los movimientos que defienden el supremacismo blanco, negro, etc., y que consideran que la historia es el resultado de la lucha entre razas (racismo). Land rechaza tanto a los partidarios del fascismo y el nacionalsocialismo como a los apologistas de lo políticamente correcto o en sus palabras:
“Resulta extremadamente conveniente que, cuando se construyen estructuras pseudo-capitalistas de tercera vía (abiertamente corporativistas y dirigidas por el Estado), se intente desviar la atención hacia la paranoia racial blanca, especialmente cuando esta última se manifiesta bajo insignias nazis torpemente modificadas, cascos con cuernos, la estética de Leni Rienfenstahl y frases extraídas al azar de Mein Kampf. Toda esta parafernalia ha tomado la forma en los EE.UU. – y, por lo tanto, con cierto retraso, en el mundo entero – de sábanas blancas, diversos títulos pseudo-masónicos complementados con cruces en llamas y sogas para colgar fugitivos que tienen un verdadero valor teatral” (op. cit., Roma 2021, p. 68).
Land considera que la paranoia racial de los supremacistas blancos es extremadamente perjudicial no sólo para la creación de un sistema alternativo sino también para ellos mismos; de hecho, declara que “el Übermensch racial es una cosa sin sentido” (ibid. p.130) y añade que “por muy fascinantes que puedan ser los nazis […] siempre terminan por imponer un límite a la lógica misma de la construcción programática y del compromiso político de la identidad blanca, ya que tatuarse una esvástica en la frente no cambiara las cosas” (ibid). Land dice que los supremacistas blancos del mundo anglosajón no se dan cuenta de que lo único que hacen es reforzar el sistema con sus idioteces y todo su espectáculo encubre el hecho de que carecen de una política coherente, por lo que no hacen sino conducir nuestro mundo hacia el agotamiento. Además, Land especifica en la p. 129 de su manifiesto que sacrificar la Modernidad en favor de la raza equivale a volver a la Premodernidad y este retroceso no es más que un modo de hacerle el juego a la Modernidad al alimentarla con una paranoia racial desbocada que conduce a dos antítesis: el supremacismo racial y el anti-racismo de la corrección política. Todo esto no hace sino reforzar las ideas deletéreas sobre el Tercer Reich como el mal absoluto, pero que, paradójicamente, impulsan a la Modernidad misma, ya que “la fuerza política de la globalización brota casi exclusivamente del cráter incinerado del Tercer Reich” (p. 72). Esta tendencia nos lleva, según este autor británico, a sustituir la racionalidad por la irracionalidad, algo que sin duda no sorprende, pues en una época como la nuestra, caracterizada por el emotivismo y la falta de análisis, existen pocos hombres racionales: “cualquier matiz, equilibrio y proporción sobre la figura de Hitler resulta una interpretación absurda de este mismo fenómeno” (p. 75). De hecho, el hitlerismo y el totalitarismo nacionalsocialista no son concebidos como un fenómeno político vinculado a un periodo histórico concreto y a los presupuestos de su época, sino como un fenómeno eterno expresado según un lenguaje abrahámico: el Anticristo como representación del mal absoluto. Esto es lo que dice Land al respecto:
“Si abrazar a Hitler como un Dios es un signo de confusión político-espiritual deplorable (cuando es bueno), reconocer su singularidad histórica y su significado sagrado es casi obligatorio, ya que todos los hombres de fe reflexiva lo consideran el complemento encarnado del Dios que atacan – el Anti-Mesías mismo, el Adversario – y semejante identificación se convierte en una verdad evidente. (¿Alguien alguna vez se ha preguntado por qué la falacia lógica de la reductio ad Hitlerum es tan consistente?)” (p. 77).
La crítica de Nick Land al racismo biológico anticuado, que es muy común en los círculos de la derecha alternativa estadounidense y, en general, del mundo anglosajón, así como a la reductio ad Hitlerum que promueve el pensamiento políticamente correcto en todas sus vertientes, es bastante clara: es obvio que Land ataca tanto al racismo biológico como a su opuesto, el anti-racismo delirante.
Ahora bien, vamos a exponer qué es lo que Land entiende por Ilustración Oscura y por qué este concepto es profundamente innovador. Land dice que la Ilustración es el verdadero rostro de la Modernidad (p. 17) y considera que es la legitima heredera de la Ilustración liberal, la cual triunfó en el siglo XX sobre los dos totalitarismos que intentaron desafiarla: el comunismo/socialismo y el nacionalsocialismo/fascismo. En esto Land coincide plenamente con las ideas de la Cuarta Teoría Política de Alexander Dugin (NovaEuropa Edizioni, Roma 2018). Land considera que “una Ilustración Oscura coherente [se encuentra] desprovista desde el principio de cualquier entusiasmo russoniano por escuchar la voz popular” (p. 23) y “donde la Ilustración progresista ve ideales políticos, la Ilustración Oscura ve apetitos” (ibid.).
Land ve la democracia como un cáncer incurable y el clamor popular y el populismo no son más que sus expresiones. La democracia no es ningún ideal, sino que alimenta el parasitismo de los políticos. Según Land, el modelo ideal de todo Estado debería ser el que permita una gran libertad económica separada de cualquier influencia en la vida privada, algo parecido a los que existe en las tecnocracias asiáticas, especialmente en Hong Kong, Singapur, Taiwán, etc., donde la democracia no existe y lo que realmente impera es una especie de modelo neo-cameralista que podemos llamar el Estado-empresa (Land sostiene que el verdadero estado de naturaleza del hombre lo encarnan los asiáticos). Siguiendo las ideas de dos pensadores libertarios estadounidenses (considerados por la opinión popular como anarcocapitalistas), Hans Hermann Hoppe y Curtis Yarvin (alias Moldbug), junto con del decisionismo de Hobbes, Land concluye que “el Estado no puede ser suprimido, pero sí curado de cualquier referencia democrática” (p. 27).
Sin embargo, Land dice que un verdadero libertario debe defender, y esto es típicamente anglosajón, la libertad sobre la democracia. Cada uno es libre de hacer lo que quiera, pues puedes crear tu propio sistema y vivir en paz, algo que la democracia moderna no permite debido a sus constantes cazas de brujas y la imposición de la corrección política, sin hablar de sus guerras humanitarias en favor de la expansión del sistema democrático y su retórica sobre los derechos humanos, siendo estos últimos pisoteados por la misma democracia bajo las consignas del progreso y la libertad… la libertad democrática no es nada más que un grito seco, una protesta en favor de la ampliación de los derechos o comer pan, algo que simplemente no conduce a nada. Land dice: “No hay voz, pero sí libertad de expresión”. ¿Qué hacer con la democracia? Land dice que esta no hace otra cosa que alimentar “una población ampliamente infectada por un virus que zombifica a todos y que conduce poco a poco hacia un colapso social caníbal, por lo que la única solución es la cuarentena” (p. 39).
Antes de llegar a una conclusión sobre la utilidad que tiene leer los textos de Land en nuestra época actual, es necesario tomar en cuenta que piensa este autor sobre la eugenesia. Land dice que el hombre es un ser desigual, en el sentido de que cada uno es diferente y la igualdad nunca existirá. No obstante, no debemos ver esto como un fenómeno negativo, la supremacía del fuerte sobre el débil, sino que, recurriendo a una fórmula marxista, es necesario dar a “cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades”. Una sociedad ideal sería jerárquica, pero no un jerarquismo como lo quería Julius Evola, que consistiría en una forma de apoyo mutuo como base para la creación de un Estado orgánico. Land concluye su texto afirmando que “a los nacionalistas raciales les preocupa que sus nietos se parezcan a ellos” (p. 149), pero cuando se contempla la realidad “desde el horizonte biónico, todo lo que surge de la dialéctica del terror racial no son más que banalidades. Es necesario ir más allá” (p. 150). Esto último quiere decir que es necesario dejar los antiguos métodos de eugenesia y racismo biológico con tal de crear una nueva élite utilizando las nuevas tecnologías. La eugenesia antigua es considerada por Land como demasiada vieja, banal y obsoleta, además de ser sinónimo de estupidez. Lo que podemos criticar y reprender a Land es que, como todo anglosajón, únicamente tiene en cuenta el coeficiente intelectual como medio para juzgar a una persona, aunque como pensador objetivo reconoce sus límites.
Ahora que hemos aclarado el hecho de que Land no es un pensador racista o un ideólogo de la Alt-Right, podemos por fin hablar de que vale la pena rescatar de su pensamiento. En primer lugar, Land plantea que la única manera de cabalgar el tigre de la Posmodernidad es por medio del horizonte biónico que nos abre su horizonte. Sin embargo, debemos domesticar la tecnología, pues, como decía Carl Schmitt en Diálogo sobre el poder (Edizioni Adelphi), la técnica no es ni buena ni mala, sino neutral. El hombre debe utilizarla, pero no perder el control de la misma; de lo contrario nos pasara lo que advertía Theodore Kaczynski en La Sociedad Industrial y su Futuro, si el hombre no controla la tecnología, entonces todo lo que se derive de ella solamente nos conducirá a la insatisfacción y seremos incapaces de satisfacer nuestras necesidades. Eso quiere decir que la técnica y la tecnología nos mantendrán en un estado de insatisfacción y frustración continua que finalmente nos conducirán al agotamiento nervioso.
Nick Land nos enseña a pensar por nuestra cuenta y a rechazar el estilo paranoico del sistema, es decir, sus delirios: tanto el de quienes son sus defensores como los de quienes lo defienden o parodiando al esloveno Slavoj Žižek el sistema no es más que sublime objeto de la basura. ¿Qué hacer ahora? Como ya nos enseñó Evola y también Jünger en su Tratado sobre el Anarca, debemos actuar allí donde podemos defender y atacar según la situación, mientras echamos raíces y creamos puertos firmes lejos del tambaleante barco de la Modernidad que, con el advenimiento de la Posmodernidad, nos abrirá las puertas para salir del sistema. Land considera que el sistema colapsará porque alimenta todos los males que lo harán reventar; con esto no solo se refiere a los problemas socioeconómico, sino también a su eterna idiotez, esquizofrenia y, en definitiva, al hecho de que no hace sino producir basura. En definitiva, el sistema no es otra cosa que un gran meme. Land dice: “El meme ha muerto. Viva el meme”. ¡Podemos decir que el sistema aún no ha muerto, pero morirá y no nos importa cuándo, mientras tanto vivimos libremente nuestra individualidad y aumentamos nuestro poder porque es parte de nuestra esencia!