UN MAESTRO DEL PENSAMIENTO

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Alexander Dugin ha cumplido 60 años este 7 de enero del 2022, que es el día en que los ortodoxos celebran la Navidad. La conmemoración de este aniversario es sin duda increíble, especialmente si tomamos en cuenta la enorme cantidad de libros, artículos, conferencias y discursos que Dugin ha impartido durante los últimos treinta años. Como miembro de la generación que nació y creció bajo la época de Gorbachov, me es difícil articular las palabras adecuadas para felicitar al héroe que hoy celebra su aniversario y al mismo tiempo no caer en halagos o banalidades sin sentido. Se puede decir que soy uno de los hijos espirituales de Alexander Dugin y solo conozco sobre sus peripecias dentro del “Círculo Yuzhinsky”, sus luchas dentro de la sociedad «Pamiat» (Memoria) durante la Perestroika y los primeros años del proyecto Arktogeia por lo que de ello cuentan nuestros mayores.
Una de las cosas que he aprendido de mi contacto esporádico con Alexander Dugin es que él es un verdadero filosofo, tanto por vocación como por pensamiento. Por supuesto, también se puede decir que ha sido reconocido internacionalmente como un poeta, un compositor, politólogo y geopolítico cuyas ideas y predicciones se han ido cumpliendo a lo largo de los años. Pero todas estas facetas se derivan de su pensamiento filosófico: Dugin es, ante todo, un filósofo, más o menos del mismo modo que Evgeny Vsevolodovich Golovin (1), uno de sus grandes maestros, fue antes que nada un poeta.
Alexander Dugin es uno de los pocos pensadores rusos realmente originales e independientes que han surgido en las últimas décadas. Consigno sus primeras reflexiones filosóficas en un manuscrito hasta ahora inédito llamado Los templarios del otro (aunque algunos fragmentos de esa obra han salido a la luz recientemente), en el cual habla sobre la estructura del espacio y la percepción del ser humano (ideas que sin duda son muy parecidas a las de Yuri Vitalievich Mamleev, pero que tienen origines muy distintos) (2) y la misión imposible y necesaria que debe cumplir el Sujeto Radical. Todos sus posteriores escritos no son más que un desarrollo de estas ideas.
Además, Dugin también ha adquirido un enorme bagaje filosófico que va desde la lectura de Guenón y Heidegger hasta el estudio sistemático de Schelling y Brentano, Platón y Aristóteles, Porfirio y Scoto Euriginea. No obstante, toda esta basta erudición solo ha servido para que Dugin expresara el potencial que llevaba en su interior desde su juventud. Las décadas posteriores no fueron sino un preámbulo para enriquecerse con los desarrollos de la filosofía de otras partes del mundo y que le permitieron llegar a una comprensión profunda de muchos autores que han sido malinterpretados y insuficientemente estudiados tanto por los académicos soviéticos como por los rusos (un ejemplo de todo ello sería Heidegger). Por supuesto, ¿qué podrían aportar realmente semejantes académicos a la comprensión del camino filosófico seguido por muchos autores que, como Dugin mismo dice, no es más que la expresión de una guerra que existe en sus almas?
El pensamiento filosófico de Dugin se desarrolló de forma independiente y paralela a las principales corrientes que dominaron el pensamiento ruso de finales del siglo XIX y principios del XX. Fue a partir de finales de la década de 1990, debido a su lectura de los primeros pensadores eurasiáticos y de la serie de radio Finis Mundi, que el pensamiento de Dugin comenzó a apropiarse de los aportes filosóficos de esta corriente y en los últimos años ha sido una de las figuras contemporáneas que más ha rescatado a estos pensadores rusos (entre los que podemos contar a varios semi-filósofos o verdaderos filósofos como el poco conocido sacerdote Pavel Florensky) asimilándolos a su propia comprensión de la filosofía antigua, europea y asiática. Dugin ha consignado estas reflexiones en programas como “La sofiología como idea de las nuevas élites revolucionarias” y, sobre todo, en el tomo número 28 de “Noomajía” donde escribe acerca del Logos ruso, especialmente en el apartado que dedica a las “Imágenes del pensamiento ruso, el zar solar, el resplandor de Sofía y la Rusia del subsuelo”. Fue así como Dugin fue capaz de fundir, sintetizar y ligar la sofiología, el eurasianismo, la geopolítica, el tradicionalismo clásico, el platonismo y la fenomenología en un todo que entra en contacto con las reflexiones anteriores de muchos pensadores rusos.
El gran defecto que ha tenido el pensamiento ruso de los dos últimos siglos es el haberse dividido en un ala rusofoba-occidentalista, que reniega nuestras particularidades nacionales, y una vertiente patriótica y eslavófila, que desprecia tanto los desarrollos filosóficos del exterior como el contexto internacional. Ambas corrientes terminaron por adoptar características particularmente horripilantes durante la década de 1990. El principal logró de Alexander Dugin ha sido haber hecho volar en pedazos esta división antinatural y reconciliar lo universal (las perspectivas filosóficas universales del pensamiento ruso) y lo particular (el fuego ardiente y abrazador del patriotismo ruso) dentro de un todo. Es por eso que Dugin ha dedicado muchos estudios a la etno-sociología del pueblo ruso, sin hablar de sus muchos análisis sobre las etnias que habitan nuestro territorio o la estructura de nuestro pensamiento. Estas reflexiones las ha consignado en libros como La idea rusa o los volúmenes de Noomajía. La tarea que el poeta Viacheslav Ivanov definió como la síntesis entre “lo nuestro y lo universal” (tarea que Ivanov jamás completo) ha sido por fin lograda por Alexander Dugin de una forma esplendida. Sus ideas no solo son muy particulares, es decir, rusas, sino que han alcanzado un grado de universalidad lo suficientemente amplio como para que sea leído y escuchado en los más diversos rincones del planeta.
Ser ruso significa abrazar el eurasianismo eurasiático y los débiles de espíritu, que no se atreven a pronunciar ni una sola palabra sobre el destino histórico de Rusia como Eurasia Interior o la parte Norte de Eurasia, siempre han retrocedido cuando se enfrentan a semejante reto. De cualquier forma, el eurasianismo hace parte integral del pensamiento ruso: podemos encontrar sus primeras manifestaciones en el pensamiento de Konstantin Leontiev y Vladimir Lamansky, pero no fue sino hasta que los emigrantes rusos en el extranjero como Trubetskoi, Savitski y Karsavin realizaron sus trabajos que el eurasianismo se convirtió en una corriente coherente. Cuando la Unión Soviética se desplomó, lo único que quedaba del eurasianismo eran los libros y memorias que habían dejado sus fundadores. Ninguno de ellos estaba vivo: los discípulos de Lev Gumilev jamás se les paso por la cabeza fundar un movimiento político. Fue Alexander Dugin quien reestructuró el eurasianismo para convertirlo en una ideología lo suficientemente actual como para afrontar los retos del siglo XXI, adquiriendo una dimensión institucional y geopolítica capaz de asimilar las ideas contemporáneas. Es más, Dugin no sólo fue capaz de organizar un partido y posteriormente un movimiento social después de la catástrofe acontecida en 1991, sino que además consiguió que algunos de los dirigentes de la CEI adoptaran sus ideas (aunque de forma burda) y que muchos influyentes pensadores europeos (y ahora de varias partes del mundo) tomaran en cuenta sus reflexiones.
Han pasado más de dos décadas desde que Dugin fundó el Movimiento Euroasiático Internacional (MEI) y la Unión de Juventudes Euroasiáticas (UJE). En ese transcurso de tiempo varias ONG juveniles y de otro tipo han desaparecido, y eso a pesar de que eran financiadas directamente por el Estado. Sin embargo, el MEI y la UJE, que carecen de financiación y apoyo de las autoridades, no solo han sobrevivido, sino que incluso se han hecho mucho más fuertes gracias a que algunos de sus miembros han recibido su bautismo de fuego en Siria y el Donbass. De hecho, las actividades de Alexander Guélievichllevaron a que el Departamento de Estado de EE.UU. impusiera desde el 2014 una serie de sanciones contra él (y eso a pesar de que nunca ha tenido un cargo oficial dentro del gobierno) y varios jóvenes sin conexiones e influencia, viviendo la mayoría de ellos en lugares remotos. Fueron estos representantes del eurasianismo, y no los funcionarios y politólogos del gobierno, los que Washington consideró como la principal amenaza para la hegemonía atlantista. No por nada personajes tan variopintos como el difunto Zbigniew Brzezinski, George Soros y Bernard-Henri Levy (quienes siempre han despreciado y faltado el respeto a sus propios lacayos) han reconocido públicamente que Alexander Dugin es su mayor enemigo.
Este reconocimiento explícito de los poderes extranjeros de la obra y la importancia de Dugin y el Movimiento Euroasiático ha provocado la envidia y la histeria de muchas figuras públicas rusas que quisieran gozar de semejante honor. Alexander Guélievichha sido víctima de este resentimiento durante las últimas décadas, pero los perros ladran y la caravana sigue su curso. No obstante, resultaría demasiado simple reducir las objeciones de sus opositores a simple resentimiento. Existe otra razón, mucho más objetiva y lamentable: la falta de voluntad y esfuerzo de los intelectuales rusos para pensar.
La verdadera razón por la que la gran mayoría de los intelectuales rusos (y extranjeros) son incapaces de recibir el título de filosofos se debe, ante todo, a cuestiones políticas. Muchos de los más importantes académicos actuales nunca pronuncian ni una sola palabra porque tienen miedo de que lo que digan atente contra la corrección política o no haga parte del consenso liberal. La autocensura paraliza el pensamiento de muchos de ellos desde su infancia y termina por convertir el discurso de tales personajes en gruñidos ininteligibles y sin sentido. Por el contrario, Alexander Dugin es un raro ejemplo de un intelectual que vuela libre y sin estar atado a nada, sacando las conclusiones pertinentes dependiendo del caso. Una de estas conclusiones tiene que ver con que todo sistema filosófico conlleva una serie de propuestas que deben determinar los aspectos económicos, sociológicos y jurídicos de nuestro mundo, además de sus implicaciones políticas y geopolíticas. Los liberales, los marxistas, los racistas, los nacionalistas y los fundamentalistas religiosos siempre han negado la importancia de la geopolítica y, sin embargo, esta ha demostrado una y otra vez su importancia para comprender la política internacional. La geopolítica le ha permitido a Dugin superar las quimeras ideológicas y hacer un análisis exacto de las correlaciones de fuerzas que existen a nivel internacional.
Finalmente, el pensamiento de Dugin ha propuesto la creación de una Cuarta Teoría Política como un medio para deshacernos de toda la chatarra ideológica (entendida como “falsa conciencia”) que ha ensucia el pensamiento político contemporáneo. El neo-eurasianismo de Alexander Guélievich cambia las coordenadas de la lucha ideología, pasando de las categorías horizontales de “derecha” e “izquierda” a una lucha vertical entre los de arriba y los de abajo.
Muchas de las ideas que Alexander Dugin ha defendido, como por ejemplo integración eurasiática, oposición al atlantismo y multipolaridad, eran marginales durante la década de 1990, pero con el pasar de los años se han convertido en parte del discurso político dominante y ahora muchos analistas las usan para entender el panorama internacional. Es más, estas ideas han llegado a convertirse en parte de la doctrina de defensa y la política exterior de Rusia e incluso son usadas por nuestro presidente.
El legado de Alexander Guélievich resulta muy difícil de juzgar a primera vista, especialmente porque continúa ampliándose cada día. ¿Cómo podrá acceder a él el común de la gente que no puede leer sus siete docenas de libros o escuchar los miles de horas que abarcan sus conferencias? Quizás la única forma de acercarnos a este legado sea como sucedía en la antigüedad, cuando las doctrinas de los filósofos eran enseñadas oralmente por los testigos, amigos y alumnos que pasaban de boca en boca los dichos del maestro. Creo que las conversaciones y las ideas de Alexander Guélievich se transmitirían mucho mejor oralmente que por medio de sus libros, ya que estos últimos no son más que el “esqueleto” que queda después de que las conversaciones y discursos han pasado. Quizás el mayor problema que tienen los críticos para entender y comprender las ideas de Dugin tiene que ver con el hecho de que se reúsan a escuchar la voz viva de este filósofo y en su lugar se contentan con leer y citar frases aisladas del mismo. En muchas ocasiones estos críticos son incapaces de captar el doble o hasta el triple sentido que tienen muchas de sus frases, siendo todos ellos sordos ante el sarcasmo que encierran muchas de sus ideas encerradas en imágenes poéticas que las expresan.
Muy pocas cosas ocurren por casualidad en la existencia de los seres humanos y las naciones. No por nada Alexander Dugin nació el 7 de enero, es decir, la fecha en que traspasamos “el momento del año” invernal y entramos en la primavera, tema sobre el cual el René Guénon escribió antes de morir, once años antes de que Dugin naciera. Resulta interesante que uno de los compañeros de armas de Alexander Dugin naciera precisamente cuando “el momento del año” marca el inicio del verano. Los ritmos del cosmos influyen claramente en los destinos de los seres humanos.
Y precisamente este 7 de enero, cuando se cumplen los “60” años de su nacimiento es el momento perfecto para reflexionar sobre este problema. Creo que el mejor homenaje que se podría hacer a un filósofo durante esta fecha sería que las personas (especialmente las de origen ruso) comiencen a pensar por sí mismas y dejen de lado los limitados marcos a los que están acostumbrados. Dugin nos ha enseñado durante décadas que la mejor forma de seguirlo era precisamente seguir nuestro propio camino (ya que copiarlo o imitarlo carecía de sentido): lo importante era pensar por nuestra cuenta, ya que este es el único modo de llevar a cabo una revolución ontológica, es decir, una Revolución Conservadora universal de carácter metafísico que vaya más allá de la política. La misión de un intelecto luminoso no es otra que la encender la luz de miles de millones de otras mentes. ¡Feliz cumpleaños, estimado Alexander Guélievich!
Notas:
1. https://zavtra.ru/blogs/authors/1791
2. https://zavtra.ru/blogs/authors/36
Fuente: https://zavtra.ru/blogs/uchitel_misli