Unas cuantas palabras sobre Alexander Dugin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Una de las películas más famosas de la industria cinematográfica soviética fue El destino del soldado estadounidense. En esta película se planteaban reflexiones muy interesantes las cuales giraban alrededor de la vida de un personaje heroico y valiente que vivía dentro de un ambiente intrínsecamente mediocre, pacifista y hostil a todo lo que este representaba.
Podría decirse que la vida de Alexander Dugin es el libreto con el cual filmar una película llamada El destino del intelectual ruso. Especialmente porque en Rusia el intelectual es un soldado, es decir, un guerrero cuyo Espíritu se encuentra luchando constantemente contra el mundo material que lo rodea. Dugin es el prototipo de esta clase de intelectuales.
Entre todos los intelectuales del pasado, solamente Dostoievski fue capaz describir a esta clase de intelectuales genuinos: personajes que de repente se detienen debido a que son golpeados y aturdidos por un pensamiento terrible que los desliga por completo de su rutina diaria. Esto los lleva a perder cualquier contacto que tuvieran con sus alrededores hasta que son consumidos por este pensamiento grandioso y terrible. No importa cual es el pensamiento que los asalta, lo único que importa es que se trata de un pensamiento profundo y paradójico que es inaceptable para el mundo exterior o el entorno en el que viven. Los prototipos clásicos de esta clase de verdaderos intelectuales descritos por Dostoievski son Shatov y Kirillov. Dugin es muy similar a ellos. Los verdaderos intelectuales son aquellos que consideran que sus ideas son mucho mas importantes que su existencia física.
La vida de Dugin, al igual que la de muchos de nosotros – aunque no de todos –, se encuentra dividida en dos partes que son completamente opuestas entre sí: una vida antes y después de 1990. Se podría decir que esta división nos recuerda al famoso dicho ruso que dice: “existe un momento para recoger piedras y otro para lanzarlas”. En realidad, los años anteriores a la década de 1990 fueron un tiempo donde un gran número de personas, que luego se convirtieron en figuras públicas, recogieron las piedras que luego lanzarían contra sus enemigos durante los años de crisis que siguieron.
Conocí a Alexander Guellievich en la década de 1980, cuando apenas tenía dieciocho años, y debo decir que recorrió un camino bastante largo durante los diez años siguientes durante los cuales logró organizar, estructurar, alimentar y nutrir su intelecto hasta el punto de convertirlo, por así decirlo, en un enorme telescopio capaz captar la “luz de las estrellas más lejanas”. Consiguió realizar semejante tarea mediante el estudio constante, sistemático y cuidadoso del tradicionalismo guenoniano. Para llevar a cabo semejante tarea, debía dominar las principales lenguas europeas tan rápido como fuera posible, algo que consiguió gracias a su capacidad intelectual. Y no solo consiguió dominar el inglés, el alemán y el francés (que fueron las lenguas que le aconseje que estudiara), sino también el español, el italiano y muchas otras más. Incluso aprendió hebreo y árabe frente a mis ojos, mientras que en los últimos años ha empezado a estudiar turco.
Además, su bagaje intelectual no se ve limitado a las referencias estériles que predominan en la academia rusa, pues conoce a muchos autores diversos debido a su dramática trayectoria intelectual. Gracias a nuestras conexiones, fuimos capaces de acceder a varias colecciones de libros poco frecuentadas, por ejemplo, conseguimos acceder a los libros del depósito especial de la Biblioteca de la Academia de Ciencias Sociales en Inostranka, la cual es una fuente muy valiosa de información. Además, nos enviaron varios libros desde el extranjero.
Pero esta es una cuestión bastante secundaria. Lo que importa es que Dugin realizó un trabajo muy importante durante estos diez años y eso lo ha llevado a dominar una cantidad enorme de conocimientos que los tradicionalistas occidentales ni pueden soñar. Después de haber estudiado a profundidad la metodología y el marco interpretativo de la escuela tradicionalista, Dugin fue capaz de aplicar los conocimientos que adquirió a un horizonte intelectual que va mucho más allá de los estrechos límites impuestos por la metafísica tradicionalista. Además, Dugin también se sumergió en el estudio de las actuales tendencias del pensamiento académico occidental contemporáneo y consiguió hacerse con una enorme bastedad de recursos profanos de campos tan variados como la sociología, la economía y la filosofía, todos los cuales analizo bajo el prisma de la filosofía perenne, es decir, la “filosofía eterna” o el acceso a un conocimiento superior. Sin duda, esto último es lo que diferencia a Dugin de la mayoría de los tradicionalistas guenonianos occidentales que viven cómodamente dentro del limitado marco analítico que han creado, como si se tratara de gallinas que buscan su nido únicamente para dormir. No obstante, a diferencia de estas últimas, estos intelectuales jamás pondrán un huevo de oro debido a que algo así destruiría la esterilidad en la que viven sus vidas.
Desde un punto de vista simbólico, Dugin me recuerda a la figura de Adam Kadmon que tiene una mano dirigida hacia arriba y otra hacia abajo. Una de las manos de Dugin se eleva hacia el horizonte de la filosofía, mientras que la otra baja hasta rozar el campo de la política y la sociología. Es como si dejara que las corrientes energéticas del intelecto fluyeran a través de él, pasando del campo de la pura especulación metafísica al campo del pensamiento práctico. De todos modos, Dugin nunca se ha encerrado en una “torre de marfil”, a diferencia de uno de sus más respetados e influyentes maestros, Evgeny Golovin, quien siempre ha mantenido una actitud guenoniana que lo hacía alejarse de los acontecimientos políticos. Comencé diciendo que la vida de muchos de nosotros se dividía en dos partes: antes y después de 1990, pero una de las personas a la que esto no se aplica es Golovin. Golovin vivió todo lo que ocurrió antes y después de 1990 de la misma manera: lo único que le interesaban eran sus propias investigaciones y despreciaba todo contacto con el mundo de lo cotidiano.
Sin embargo, no todos los tradicionalistas son así y Julius Evola es un ejemplo de ello: nunca dejó de luchar en las primeras líneas del campo de batalla, ya fuera que esta lucha tuviera un carácter espiritual (figurada) o literal (armada). Evola fue un auténtico guerrero del Espíritu, siendo herido en 1945 y pasando, por lo tanto, el resto de su vida en una silla. La vida de Dugin se parece mucho más a la de Evola que a la del ya fallecido Evgeny Golovin, uno de los hombres que más amó y respeto.
El legado científico de Dugin no tiene precedentes en la historia del pensamiento ruso contemporáneo. De hecho, diría que es imposible encontrar algo parecido igualmente en el pasado. La sola obra de Dugin es equivalente a todo lo que ha producido un instituto científico en sus mejores momentos. Esto se debe a que la perspectiva de Dugin, es decir, el pensamiento que atraviesa su alma y su cerebro, es el resultado de todas las tendencias del pensamiento científico, filosófico y sociológico contemporáneo. La envergadura de su obra no tiene paralelo y simplemente no ha sido asimilada. Quizás solamente las generaciones futuras podrán apreciar la bastedad de su obra.
La obra de Dugin resulta aún más sorprendente si tomamos en cuenta que ha surgido en medio de un desierto intelectual: ¡Dugin se encuentra completamente solo! A su alrededor lo único que encontramos son los restos decadentes del viejo academicismo postsoviético, el cual ha degenerado rápidamente hasta convertirse en una especie de “bobok” (balbuceo). Nadie dentro del ambiente académico e intelectual puede dialogar o entender lo que Dugin está haciendo . Es más, estos “boboks” (que no son otra cosa que los restos balbuceantes de la vieja escuela de humanidades soviética) ya habían caído en la especialización y la modorra cuando aún eran jóvenes y creativo. Por otra parte, ellos hace tiempo que se plegaron a la disciplina que les imponía la ideología dominante; pero en el momento en que esta ideología se disolvió y dejó de ser el estímulo y la guía de sus vidas, simplemente dejaron de pensar, siendo incapaces de saber qué pensar o hacer y contentándose con repetir, cuidadosamente y autocensurándose todo el tiempo, los fragmentos de las reflexiones que hicieron hace treinta o cuarenta años. Y es medio de este bosque reseco, árido y sin vida que se yergue la obra de Alexander Dugin con todo su increíble aparato de erudición.
Me atrevería a decir que Dugin realizó una inmensa hazaña intelectual, especialmente porque esta no se ha limitado a él, sino que incluso ha tratado de reunir bajo su cargo a toda una pléyade de intelectuales de los cuales es su maestro y con los que intenta crear una escuela. Esto ha llevado a que Dugin entrará en contacto con muchos jóvenes talentosos que se han embriagado de este pensamiento fresco. Es a ellos a quienes intenta transmitir una metodología amplia que va desde la contemplación metafísica hasta llegar al análisis concreto de la sociología y la etnología.
Quizás lo único en lo que podría diferir en semejante obra heroica y luminosa – a la que Dugin llamaría una “obra en blanco” – es el excesivo apego que él mismo ha tenido frente a la realidad política rusa y las excesivas expectativas que ha puesto muchas veces en ciertas tendencias de la vida política de nuestro país durante los últimos veinte años. Tales expectativas no se han cumplido y Dugin es muy consciente de ello.
No obstante, la disonancia de ese fracaso no es nada comparada con la fuerza de atracción que ejerce la personalidad de Dugin y su increíble actividad, lo cual es fruto de su capacidad de trabajo y a su asombrosa agudeza para prestarle atención a las ideas que surgen en el ámbito del pensamiento.
Dugin no trata de reducir el pensamiento a un “simple mercado de ideas”, pues para él el mundo de las ideas es un escenario dramático donde cada idea es un personaje trágico.
Fonte: https://rebelioncontraelmundomoderno.wordpress.com/2022/01/07/unas-cuant...